Querido/a lector/a, en la derecha y en algunos de sus voceros existe obsesión contra Pablo Iglesias. Y es que, tanto si hace como si no, le caen unas críticas que nada tienen que ver con el debate democrático y, mucho, con el insulto y la búsqueda de su descrédito. Un ejemplo, propone un salario mínimo vital para personas vulnerables y la reacción es: ¡Payaso!

La cuestión es: ¿qué pasa con Pablo Iglesias? Pregunta que tiene tantas respuestas como españoles. No obstante, la solución no puede ser tan simple como decir que es un ignorante o un don nadie. ¡No! Pablo Iglesias es hoy un líder social y político, diputado electo con una importante representación y un alto nivel de formación y solvencia parlamentaria.

Es decir, puede caer mejor o peor, pero la fijación o especie de odio cainita tiene que ver, fundamentalmente y según mi opinión, con su relación con el PSOE y el poder. Carrillo y Anguita, por ejemplo, también representaban minorías políticas de izquierda que no influyeron decisivamente en la formación de gobiernos del PSOE ni en su política. Posiblemente porque Felipe no quería ese tipo de alianzas y, en el caso de Anguita, este último tampoco quería (teorías de las dos orillas y el sorpasso). Pero la cosa cambia cuando el PSOE no tiene mayorías absolutas y Podemos, después de un rodaje de adecuación, se da cuenta de que su fuerza parlamentaria puede ser esencial para gestionar una alianza con el PSOE que determine su utilidad, la formación del gobierno y las soluciones políticas.

Es a partir de ahí cuando aparece el insulto y la descalificación. Cuando esa izquierda minoritaria no divide ni debilita sino que configura poder y hace al PSOE ir más allá. Cuando las soluciones de ahora no tienen nada que ver con las de la crisis del 2008. Cuando se cuestionan aspectos del sistema. De ahí el odio a Pablo y a Pedro.

*Analista político