Querido/a lector/a, un amigo me invita a hacer un comentario sobre la ocupación de viviendas, sobre los okupas . Eso sí, lo único que me sugiere es que no me confronte con nadie. Imagino, pues, que lo hace porque solo quiere una opinión más. Porque es consciente de que, como decía nuestro Premio Príncipe de Asturias de Moncofa, Avel·lí Corma : «acercarse al conocimiento, a la posible solución, reclama variadas experiencias y reflexiones y todas son necesarias». En todo caso, el tema me parece actual e interesante, pero teniendo conciencia de lo que representa el espacio en un medio como este, ya advierto que solo voy a usar las ideas imprescindibles para dejar clara mi posición.

A tal efecto y de entrada, quiero subrayar que la cosa okupa no es algo nuevo de ahora, ni es exclusivo de España. Existe desde hace décadas, en todos los paises de la UE, donde manda la izquierda y la derecha y, a pesar de las diferentes soluciones que se han intentado (desde la tolerancia a la persecución), de momento no aparece el alivio o la minoración razonable. Más bien al contrario, su evolución sigue en aumento. Aunque sí señalo lo que me parece una realidad tan obvia como constatable, es porque a veces, sin ninguna razón lógica y en plan desahogo ideológico, se leen voces que dan la impresión de que el okupismo es algo typical spanish y consecuencia del gobierno «socialcomunista».

Por cierto, si hablo de minoración razonable del okupismo y no de solución absoluta, es porque en el mundo en que vivimos eso sonaría a ilusión infantil. En todo caso no se trata de que, ahora, y como respuesta, la patada a la puerta le corresponda a la policía. Esa minoración reclama el respeto al pacto de convivencia o, lo que es lo mismo: al Estado de derecho, a la Constitución y al ordenamiento jurídico que, en una democracia liberal como la nuestra incluye, claro, la garantía de la propiedad privada. En esa dirección, hay que admitir que, aún reconociendo y compartiendo como lógico el dolor, la incertidumbre y la desconfianza que provoca el ver tu casa y tus vivencias violadas, humilladas y destrozadas, en España, y desde un punto de vista jurídico se ha avanzado mucho. Tanto que, en estos últimos tiempos, se han introducido nuevos delitos y se han endurecido otros, se ha aprobado una ley antiocupa en el 2020 que ha agilizado el proceso de recuperación de la vivienda al pasar este de unos 3 años a unos meses. No obstante, y como es evidente que tres años o tres meses sigue siendo demasiado tiempo, hay que aprovechar la actual sensibilidad social para que en el debate que va provocar el trámite de la proposición de ley presentada por Ciudadanos, se avance en esos plazos y se imponga la inmediata urgencia siempre que los okupas no puedan demostrar su derecho al uso. En todo caso, debo aprovechar este momento para dejar constancia de que, las leyes, todas y siempre, suelen ser el reflejo de quienes participan o colaboran en la construcción de la mayoría que las elabora y aprueba. Al tiempo, al referirnos a una justicia rápida y eficaz, estamos exigiendo medios y personal que ayuden a superar esa saturación que existe y es parte del problema. Es decir, guste o no, estamos hablando de dos cosas claras: de que la confrontación política sistemática con el gobierno no es fecunda y aleja a quien la práctica de la necesaria utilidad social y, también, de que la aplicación real de los valores y los derechos, sean los que sean, reclama presupuesto o impuestos (en un país que están por debajo de la media de la UE).

A pesar de todo lo dicho, es evidente que esa minoración razonable del okupismo de la que hablo, no se va a conseguir con medidas exclusivamente judiciales y punitivas y, además, el argumento es tan real como simple: digo que en buena parte, el origen de ese aumento del okupismo , e independientemente de las mafias, que existen, tiene mucho que ver con la ruptura del contrato social, con la agudización de las políticas económicas neoliberales que fomentan el desequilibrio y la desigualdad social, con el reparto de la riqueza, con los recortes sociales austericidas, con la falta de soluciones políticas inclusivas... etc.

Es más, para que se me entienda y se vea con claridad que las cosas no son casuales ni responden a la maldad del pecado original, pondré algunos ejemplos sacados de las estadísticas nacionales : durante los años 2007/2008 ( principio de la crisis financiera, de la pérdida de empleos, impagos de hipotecas y desaucios... etc. ) fue cuando más creció la ocupación de viviendas. Las políticas económicas que se aplicaron entre el 2007 y el 2016 han hecho que el 10% más pobre ha visto desminuir en un 17% su participación de la renta nacional, el 10% más rico la ha incrementado en un 5% y, el 1% en un 9%. En uno de los últimos años contabilizado, de 2016 a 2017, el 1% más rico ha capturado el 40% de toda la riqueza creada mientras que el 50% más pobre apenas consiguió un 7% de ese crecimiento... etc.

Por lo tanto, no me extraña que en Francia, por ejemplo, y por intereses que no surgen de la filantropía, las grandes fortunas se han reunido con el presidente Macron para anunciarle que están dispuestos a pagar más impuestos y a buscar un acuerdo que mejore la vida de las personas y ayude a recuperar la convivencia. Ni me parece raro que un tipo como el profesor Yuval Noah Harari , el de Sapiens, manifieste que en un mundo decepcionado por el camino en el que ha entrado el relato liberal, deberíamos revisar nuestro sentido de la justicia porque podría estar anticuado y jugar en contra de los dilemas sociales de nuestra época.

Querido/a lector/a, la okupación de viviendas es una putada y un problema político y social que hay que afrontar con soluciones prácticas de inmediatez. Un juicio rápido puede ayudar. Pero esa ocupación también es una consecuencia y un síntoma que exige entender la inter-relación que existe en el mundo en que vivimos y, dicho sea por cierto y necesario, apreciar y ejercer la política como el diálogo que puede y debe posibilitar reconstruir un equilibrio social en fase de degradación.

No quiero justificar la okupación porque en general y sin motivos extraordinarios y de fundada base humanitaria, no es decente ocuparle la casa a nadie, como no es decente nacer y crecer en un país, el nuestro, donde la productividad se ha multiplicado por 10 y el salario se ha quedado atascado en el 2008, el 14% de la población ocupada no puede terminar el mes ni salir de la pobreza y, el bienestar de los jóvenes (con un paro que supera el 30%) depende más de las posibilidades de sus antecesores que de sus esfuerzos. Circunstancias, todas ellas, que advierten del peligro. O dicho a lo J. E. Stiglitz , los mercados no son eficientes, la política no cumple su función de corregirlos y, la peña ciudadana, desde la desafección al sistema económico y político, se adentra en insospechados caminos de frustracion. H

*Analista político