Los 121 emigrantes rescatados en el Mediterráneo por la oenegé Proactiva Open Arms y que han encontrado refugio a bordo del barco del mismo nombre se encuentran en el centro de un pulso entre Italia y España que tensa las costuras de la UE. A diferencia de lo que sucedió con el Aquarius, el Gobierno español esta vez no ha autorizado al barco a desembarcar en un puerto español, ya que considera que le corresponde esa misión al puerto seguro más cercano, que es italiano. Pero en Italia, Matteo Salvini se niega a acoger a los emigrantes, como reiteró en una carta enviada ayer al Gobierno español.

Tiene razón España cuando afirma que es responsabilidad italiana (y también de Malta) actuar como puerto seguro para el Open Arms. Pero una vez en tierra, la acogida de los refugiados debería ser una política conjunta de la Unión Europea justamente para evitar lo que está sucediendo en Italia: que los migrantes se conviertan en el espantajo que agitan los partidos de ultraderecha para ganar votos y cuotas de poder apelando a la xenofobia y al miedo. La función del Open Arms es ante todo humanitaria: no hay dilema que valga ante la tesitura de salvar la vida a decenas de personas a la deriva en embarcaciones precarias en el Mediterráneo. Pero sus acciones tienen otras consecuencias: retratan la crueldad de políticos de ultraderecha como Salvini, destapan las incoherencias de Gobiernos como el español en un tema muy complejo y muestran la impotencia de la UE para construir una política común en un tema tan urgente y lacerante.