En 2015 se publicó uno de los mejores libros relacionados con el deporte: Open, autobiografía de André Agassi. Una de las revelaciones del libro es que jugó durante 20 años como profesional (1986-2006), ganando 60 torneos importantes (ocho Grand Slams) y estando 101 semanas como número 1 de la ATP odiando el tenis. Lo detestaba porque nunca fue su elección, fue su padre quien se lo impuso de manera obsesiva, por lo que tuvo que estar fingiendo durante 20 años, viviéndolo como una condena. Y es que muchas veces se intenta que los hijos logren los sueños rotos que los padres no pudieron alcanzar. A pesar de creer que a partir de los sueños de uno, los hijos pueden encontrar la inspiración, jamás se debe imponer un camino que no han elegido por sí mismos, porque si el hijo hace lo que sus padres le obligan, nunca habrá satisfacción. Los hijos tienen derecho a elegir sus propios sueños, sus metas, sin tener por qué continuar los objetivos no cumplidos por los padres. Es más, anhelar que los hijos alcancen aquello que los padres nunca consiguieron suele representar una barrera para que ellos alcancen sus propios propósitos. Las consecuencias emocionales que pueden ocasionar unos padres que proyectan sus ideales no conseguidos sobre sus hijos suelen ser devastadoras, generándoles ansiedad, desidia, inseguridad e infelicidad. Y esto es lo que le ocurrió a Agassi. Confiaba en que todo cambiaría con el éxito, que todo el vacío interior que sentía se acabaría el día en que llegara a ser número 1. Pero todo fue peor, porque cuando llegó a serlo, no sintió nada especial. Todo el esfuerzo realizado durante años, para no sentir nada. Paradójicamente, el momento más bajo de su vida coincidió cuando llegó a lo más alto. Agassi, el tenista que lo ganó todo y solo fue feliz cuando lo perdió.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)