Las enseñanzas de la fe cristiana siempre tuvieron en la palabra sabia y elocuente de los predicadores un eficaz medio de divulgación. Desde el ambón de las primeras iglesias, y desde los posteriores púlpitos (recordemos los monumentales ejemplares de Pisa y Florencia), la presencia y la voz de los predicadores se hacían indispensables en determinados conmemoraciones del calendario. La oratoria sagrada medieval alcanzó niveles supremos con el francés Gerson (1363-1429) y con el valenciano San Vicente Ferrer (1350-1419). Del Castellón medieval hay abundantes testimonios de la presencia de buenos predicadores en la Cuaresma y en las principales fiestas, siempre pagados y agasajados por el municipio. También se buscaban buenos predicadores para las solemnes exequias por la muerte de los reyes.

Se observa poca presencia del clero local en estas predicaciones; casi siempre se trata de miembros de órdenes religiosas, forasteros, frecuentemente adornados con el tratamiento de mestre en Teología. Las órdenes a las que pertenecían solían ser las de Mercedarios, Carmelitas y Dominicos. Cuando hubo problemas en el pago se recurrió más a menudo a las comunidades locales de Agustinos, Dominicos y Franciscanos. Desde el siglo XVI parece que aumentó la presencia del clero de Santa María. La música de la capilla solía acompañar a estas manifestaciones.

En 1500 tomó el consejo el acuerdo de ahorrar gastos, y dejó de pagar a los predi- cadores. Pronto hubo que volver al sistema de pagarles, dejando el fijar las cantidades a criterio de una comisión de consellers.