Lo que llamamos Oriente es un territorio inmenso. Nos referimos a una parte muy extensa de nuestro planeta. De hecho, no precisamos mucho cuando hablamos de Oriente Próximo o de Lejano Oriente. Además, es innegable que, para los rusos, Oriente se encuentra hacia la India, y para un indio se encuentra yendo hacia Japón. En nuestro ámbito hablamos a menudo de nuestras costumbres occidentales, cuando para Estados Unidos somos, geográficamente, orientales. Pero ya me perdonarán si no he podido reprimir mis dos pasiones: el lenguaje y la geografía. Se trata de hablar de Estambul.

Yo estuve en Estambul hace muchos años. No había entonces ninguna tensión bélica. Recuerdo una tarde que cené en lo alto de una torre, quizá circular, desde la que se veían todas las luces de la ciudad, un espectáculo extraordinario sobre la ciudad moderna. El magnífico puente de Gálata, que si no me equivoco era el punto de contacto de Europa con Asia. Yo cenaba en Europa y veía el otro continente. Una noche clara y silenciosa. Un mirador nocturno sin fronteras. Y allá abajo, la convivencia --relativa, claro-- de turcos, griegos, armenios, albaneses...

Ahora el conflicto, al parecer, no ha venido de dentro, sino de fuera, con unos terroristas que han atacado el aeropuerto de Estambul haciendo explotar unas bombas y disparando con fusiles ametralladora. Tradicionalmente, los asaltantes se movilizaban contra objetivos militares, para desarmar al enemigo. Esto ha cambiado. Es más fácil atacar a grupos de gente que hacen una visita turística. Esto es más noticia y desencadena una ola de miedo.

Recuerdo unos versos de Espronceda que aprendí en la escuela. “Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no surca el mar sino vuela, un velero bergantín...». Y seguía: «Asia a un lado, al otro Europa, y allá enfrente Estambul”.

Estambul, siempre objetivo bélico, Demasiado estratégico. H

*Escritor