Bonn acoge durante estos días la 23 edición de la Cumbre del Clima, la llamada COP 23, bajo los auspicios de la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático. Como han avisado los organizadores y los especialistas, se trata de una reunión puente entre el acuerdo histórico de París en el 2015 y la cumbre de Katowice del 2018. Se tratará en la ciudad alemana de establecer criterios técnicos homogéneos que evalúen las propuestas de reducción de emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros gases contaminantes a cargo de los 195 países que en su momento se comprometieron voluntariamente, en la capital francesa, a mitigar el cambio climático, con el ya conocido tope de aumento de las temperaturas en dos grados con respecto al nivel preindustrial antes de final de siglo.

Aunque China (el principal país contaminante) ha reducido el crecimiento, y aunque se abandona gradualmente el carbón y se progresa en el terreno de las energías renovables, lo cierto es que el límite trazado en París parece del todo insuficiente para detener la catástrofe medioambiental. La renuncia de la Administración Trump al acuerdo global fue una lamentable noticia que la cumbre de Bonn debe analizar. También debería tener en su agenda el factor perturbador de la ganadería (con el 14,5% de emisiones) y la imprescindible participación, en la lucha contra el efecto invernadero, del sector privado. Cumbre de impasse, pues, para un planeta que ya no puede esperar una solución que resulte plausible para el futuro de las generaciones venideras.