Mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prodigaba sus gestos de distensión en varias direcciones al cierre de la cumbre del G-7, menudeaban las sospechas de que las buenas palabras eran poco más que una simulación de última hora. Ni el anuncio de que China está dispuesta a negociar un acuerdo comercial que acabe con la guerra de aranceles ni su disposición a destensar la cuerda con Irán bajo ciertas condiciones disminuye la sensación de que la cita de Biarritz ha sido confusa en sus objetivos y magra en resultados. Era difícil que fuese otro el desenlace después de los tormentosos preparativos de la reunión en plena crisis del comercio mundial y entre una gran incertidumbre sobre los grandes temas de siempre: Siria, la pugna por la hegemonía en el golfo Pérsico, Corea del Norte, el brexit inacabable, los desastres medioambientales y tantos otros.

No faltan precedentes para dudar de la hondura de las últimas propuestas y declaraciones de Trump. Hay en todas ellas dosis masivas de improvisación, efectismo y falta de mimbres para que se traduzcan en resultados concretos, y es poco probable que en esta ocasión las cosas discurran de forma diferente. Como tantas veces se ha dicho desde que Trump se instaló en la Casa Blanca, el presidente ha hecho saltar por los aires la idea misma de multilateralismo y ha conducido todos sus pasos hacia una liquidación de los argumentos que tradicionalmente han guiado la política exterior de Estados Unidos.

Aunque las bolsas han acogido con cifras en verde las declaraciones de Trump, es improbable que transija con un desarme arancelario que supondría revisar de pies a cabeza las líneas maestras de su programa económico. Es igualmente improbable que una mera declaración de intenciones iraní le convenza de que la república de los ayatolás no aspira a poseer un arsenal nuclear. Es francamente aventurado suponer que renunciará a meter a Rusia en el club del G-7 -mutado en G-8- a pesar de la oposición de los aliados europeos, un asunto apenas discutido en Biarritz, pero que para Emmanuel Macron y Angela Merkel no tiene vuelta de hoja. Y es asimismo ilusorio imaginar al presidente corrigiendo a Jair Bolsonaro en su desastrosa gestión de los incendios en la Amazonia, un tema como tantos otros en el que la relativa unanimidad de los convocados en Biarritz oculta diferencias insalvables entre las dios orillas del Atlántico. El G-7 no da para más.