Solo uno de cada seis castellonenses vivirá mañana, lunes, una relajación de las normas del confinamiento por el covid-19, precisamente, quienes habitan la franja norte de la provincia, donde abundan los municipios pequeños, en los que ya era menos intenso el cerrojo del estado de alarma.

El resto, la mayoría, sigue en fase cero, en contra de lo que se daba por seguro, de lo que la Conselleria de Sanidad daba por seguro, de lo que el Consell al completo daba por seguro hasta el viernes a última hora, sin que ninguna voz de la Administración central pusiera en duda que el conjunto de la Comunitat fuera a pasar a la fase uno el 11 de mayo. No es una broma. Además del estupor, la gran decepción o el enfado de los ciudadanos, que se quedan sin poder visitar a padres, o amigos a los que llevan semanas sin ver, salvo a través de una pantalla, la situación conlleva múltiples consecuencias graves para no pocas empresas y otros tantos trabajadores.

El cambio de etapa implica que la hostelería, el sector más castigado por esta inédita y brusca crisis causada por la pandemia, puede abrir sus terrazas al menos, aunque con limitaciones de aforo, así como que las pymes comerciales estén autorizadas para atender a la clientela sin cita previa. Ante la clarísima expectativa que esta iba a ser la realidad en cuestión de pocos días, bares, cafeterías, restaurantes y tiendas han invertido tiempo, esfuerzo y dinero en prepararse para levantar esa persiana, aunque sea a medias, incluso rescatando empleados de los ERTE, que regresan ahora al paro. Unos por otros, el caso es que los mismos vuelven a pagar los platos rotos.