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A falta de la ratificación de la militancia, Podemos e Izquierda Unida han logrado un acuerdo para presentarse en coalición en las elecciones del 26-J. Será la gran novedad de la repetición de los comicios y la mayor de las incógnitas. Hasta ahora, parecía que el resultado de junio no iba a cambiar sustancialmente la relación de fuerzas. Si efectuamos una sencilla suma de los resultados del 20-D, la conclusión es clara: Pablo Iglesias y Alberto Garzón sumarían más votos y quizá suficientes diputados como para relegar al PSOE a tercera fuerza.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Habrá que ver si la alianza es creíble o un mero acuerdo instrumental para sacar a dos partidos de sus respectivos apuros. A Podemos, por las consecuencias del fracaso de las negociaciones postelectorales, en que exhibió una prepotencia y una obsesión por cargos impropia de la llamada nueva política; y a IU porque castigada por un sistema electoral que la condena a la irrelevancia, precisa de un asidero para optimizar sus votos y aliviar su difícil situación económica. Ambos han de ser creíbles en que su objetivo no es solo superar al PSOE como primera fuerza de la izquierda sino sumar fuerzas para descabalgar al PP de la Moncloa. Un objetivo que no quedó muy claro estos últimos cuatro meses.