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Entre todo el ruido, declaraciones, especulación, mucha táctica y muy poca estrategia que caracterizan los últimos siete meses de la política española, la 12ª legislatura arrancó ayer con un acuerdo entre el PP y Ciudadanos para que Ana Pastor, una de las más fieles escuderas de Mariano Rajoy, sea la nueva presidenta del Congreso de los Diputados en sustitución del efímero Patxi López. Para ello, además del pacto entre el PP y Ciudadanos, fue necesaria la abstención de ERC, CDC, PNV, Bildu y Coalición Canaria. PSOE y Unidos Podemos votaron al mismo candidato, López, lo cual no significa que llegaran a un acuerdo, sino más bien lo contrario: con la súbita aparición en escena de Xavier Domènech para presidir el Congreso y las infructuosas negociaciones que le siguieron volvieron a escenificar que están más pendientes de erosionarse mutuamente que de construir una alternativa a una mayoría de centroderecha.

Porque entre el aluvión de palabras, el inicio de la legislatura deja tres hechos. El primero, que PP y Ciudadanos han sellado su primera alianza. Por mucho que gesticule el partido de Albert Rivera, todo hace indicar que este va a ser el camino a seguir. El segundo es que el pacto de PP y Ciudadanos para repartirse la composición de la Mesa del Congreso no hubiera salido adelante sin los votos de CDC. Francesc Homs y los suyos marean la perdiz gracias a la cobertura del voto secreto, pero hay pocas dudas (los números de la votación cantan) de que los nacionalistas han negociado con PP y Ciudadanos a cambio del grupo parlamentario. Lo irónico del caso es que el mismo día que en Madrid se negociaba la Mesa del Congreso, en Barcelona Junts pel Sí y la CUP pactaban una hoja de ruta hacia la independencia que deja espacio, si procede, a un referéndum unilateral de independencia. No le falta razón al PSOE cuando se refiere a PNV y CDC como los “afines ideológicos” del PP, pese a todo.

El tercer hecho que deja el comienzo de la legislatura es la constatación de la profunda sima de desconfianza que se abre entre PSOE y Unidos Podemos. Desde las filas socialistas se sigue sin cerrar la puerta a la formación de un Gobierno alternativo al del Partido Popular si Rajoy fracasa, pero la incapacidad de la izquierda para pactar un candidato común al Congreso evidencia que un pacto de Gobierno de izquierdas es quimérico. El balón es de Mariano Rajoy.