El 4 de febrero fue el Día Mundial Contra el Cáncer, otro de esos días como tantos que ojalá no existieran porque eso significaría que esta enfermedad ha sido erradicada.

Una enfermedad que desde el 14 de marzo del 2020 ha pasado a un segundo plano, pese a seguir matando. Porque el año pasado, el año del estallido de la pandemia, el cáncer fue la tercera patología en España con más fallecidos y la segunda causa de muerte en la provincia de Castellón.

El covid-19 nos ha hecho darnos cuenta de las pequeñas cosas que antes no dábamos importancia por la inercia de la rutina, pero también nos ha hecho perder otras por el camino. A día de hoy, parece que no exista nada más allá que el SARS-CoV-2 y que en el mundo no enferme o fallezca ninguna persona por otras razones.

En los informativos, los periódicos y las redes sociales no se habla de otra cosa. No existe otro tema de conversación entre familiares o amigos. Un «Cuídate», «¿cómo estáis?» o «¿todo bien?» cobra otro sentido desde hace casi un año.

Sin embargo, hay gente que sigue librando otra batalla muy distinta. Una batalla que se ha vuelto invisible y que en muchos casos incluso ha sido diagnosticada tarde por el colapso sanitario que sufrimos. Ahora, desgraciadamente cada vez conocemos a más gente de nuestro entorno que se ha contagiado de coronavirus, pero ¿a cuántas personas conocemos que luchan cada día o que no han podido ganar al cáncer? Estoy convencida, que muchas, muchísimas aunque con toda esta vorágine parezca imposible.

Seguro que a muchos de los que están leyendo este artículo les viene a la mente alguien que en este último año ha sido víctima de esta enfermedad y que como otra gente ha tenido que ser despedida en silencio y en soledad por las restricciones. O que conocen familias en las que las células cancerígenas se reproducen sin piedad desde abuelos a nietos, sin encontrar la solución ni un porqué posible. Solo la tristeza y el miedo.

En esta patología, como en tantas, queda mucho por avanzar. Y la pandemia no nos lo puede impedir, porque aquí también hay vidas en juego. Porque una vez consigamos la ansiada inmunización, consigamos despertar de esta pesadilla y poner punto y final a esta película de ciencia ficción, el cáncer seguirá estando ahí, latente, destrozando a personas mayores, de mediana edad, jóvenes y niños. Dejando huérfanos por el camino, amigos que son como hermanos, o amores truncados.

Por ello, las administraciones competentes deben seguir dotando de los recursos necesarios para la investigación y la prevención del cáncer, como la mejor arma y prácticamente única para vencer a esta patología.

Advertidos estamos, las consecuencias serán fatales. Ha habido demasiados retrasos en la detección precoz y además muchos enfermos se sienten solos y abandonados, por lo cual la labor psicológica será especialmente relevante.

En definitiva, como nos enseñó Mafalda, «lo urgente no nos deja tiempo para lo importante». Y el cáncer, y sobre todo quienes lo sufren, son como mínimo igual de importantes que aquellos que luchan por matar al bicho. No les dejemos solos, no les silenciemos. H

*Portavoz de Ciudadanos en la Diputación y teniente alcaldesa de Benicàssim