La gestión de las emergencias meteorológicas no es una ciencia exacta. España bien lo sabe, pues su clima hace que pueda sufrir inundaciones, olas de calor y también temporales de frío y nieve que sin ser tan rigurosos como los de la Europa continental sí crean problemas, sobre todo de movilidad. Cada invierno suele haber algún episodio de este tipo, algunos excepcionales y marcados en la memoria y otros que no han colapsado el país, como el que ha habido estos días. En efecto, la hiperbólicamente denominada bestia del Este, que ha creado muchos problemas en el resto de Europa, en España ha originado nevadas, lluvia y temperaturas frías, pero no ha supuesto afectaciones graves en el transporte. Nada que ver, por ejemplo, con las bochornosas imágenes de la autopista AP-6 colapsada con miles de conductores atrapados en la nieve del pasado enero.

Para evitar este colapso, Protección Civil impulsó una serie de medidas preventivas que ahora son objeto de debate. Por ejemplo, por primera vez prohibió la circulación de los grandes camiones por toda Cataluña, lo que afectó a numerosos transportistas castellonenses, y se suspendió el transporte escolar, con todo el problema que ello implica para la logística familiar. A la vista de lo sucedido, es legítimo que algunas voces expresen la duda de que tal vez las precauciones fueron excesivas. Sirva como ejemplo la perplejidad de los camioneros extranjeros que habían atravesado Europa bajo un temporal mucho más duro y que se encontraron que en Cataluña, donde nevaba bastante menos, no podían circular.

Conviene estar preparados para evitar colapsos, pero también alarmas que resultan innecesarias. La prevención es imprescindible, pero debe ser siempre proporcional a la realidad meteorológica y adaptada a la situación y a las peculiaridades de cada territorio.