Atentado en Bagdad. Cerca de 200 muertos. Cientos de personas heridas. Un nuevo estallido en un país maltrecho. Sin tiempo para curas. Sin tiempo para recobrar la esperanza. Solo para llorar...

Un atentado es la explosión de la irracionalidad. En todos los países, la muerte y la ausencia hablan el mismo idioma. Pero el tiempo aún tiene fronteras. ¿Cómo se vive cuando cada día amanece teñido de sangre? ¿De dónde sale el aliento para levantarte cuando tus hijos pueden morir estar misma tarde? Cuando no hay paz a la vista. Cuando no hay tiempo para el duelo.

Vivir sin esperanza es la perpetuidad de la muerte. Las fuerzas israelís han matado en los últimos nueve meses al menos a 36 adolescentes palestinos. Chicos y chicas que habían atacado o tratado de atacar a israelís. Muchos de ellos, de camino a la escuela, empuñaron el cuchillo que escondían entre sus ropas y alzaron su mano contra un desconocido. La mayoría no tenían ni 18 años. Han nacido y crecido con el fracaso de las negociaciones, la construcción del muro de separación, la expropiación de las tierras, la expulsión de las casas, el robo del agua, la represión y las bombas. Sin tiempo para reponerse, para curarse las heridas. Como en Bagdad. Como en Nigeria. Como en Siria. ¿Es posible tragar odio sin parirlo? ¿Cuántas incubadoras de muerte hay en el mundo? H

*Periodista