Querido/a lector/a, no he escrito casi nada del XIX Congreso del PP porque comulgo con el principio de que cada uno debe decidir su futuro. Ahora bien, como las decisiones de los partidos nos afectan a todos, afiliados o no, creo que opinar se puede y resulta conveniente.

Pero, si me atrevo, es porque me ha llamado la atención la declaración de una concejal del PP que al referirse al Congreso lo definía como un acto de participación y renovación. Algo que no me cuadra en ningún caso. Razones existen. Y es que, de los 869.535 afiliados que decían que tenían, solo se inscribieron para votar en primarias 66.384 (7,6%) y aún han ido a votar menos.

Por lo tanto, el XIX Congreso del PP será lo que se quiera (el papel es muy sufrido), pero esas primarias nunca pueden ser consideradas un acto de participación, al menos en lo que se refiere al número.

En lo otro, me refiero a la renovación. Es evidente que renovar en política no es, simplemente, cambiar a una persona por otra más joven. Ni mucho menos. Exige que el partido adapte su ideología y su política a la evolución social y sea útil en la búsqueda de soluciones a los muchos y nuevos problemas que surgen en la vida de los españoles. Y en el caso de España, renovar exige, encima, sacar a la derecha de los eternos valores ideológicos y obsesiones centralistas, nacional-católicas y un largo etcétera del franquismo. Circunstancia esta que no solo no se ha visto en el XIX Congreso del PP, sino que parece que Pablo Casado quiere volver a las esencias del antidemocrático conservadurismo patrio.

Querido/a lector/a, lo que de verdad me mosquea es que en una sociedad moderna, democrática y europea, a veces, en los grandes temas, es importante ponerse de acuerdo o, también, saber convivir en condiciones de profundo y permanente desacuerdo. Algo que veo difícil con este renovado PP, pues su espíritu mira más al pasado que al futuro.

*Analista político