La denuncia pública de un nuevo caso de pederastia vuelve a cuestionar el papel de las instituciones eclesiásticas en el combate contra la demoledora lacra social. Los dos últimos abades del monasterio de Montserrat, en la provincia de Barcelona, encubrieron los abusos sexuales del fundador del movimiento escultista de la abadía a un adolescente a finales de los años 90. La víctima, Miguel Hurtado, ha tardado décadas en reunir las fuerzas necesarias para hacer públicos unos hechos tan graves.

El proceder de Montserrat fue, a grandes rasgos, el mismo de otras instituciones religiosas que van saliendo a la luz. Apartar al agresor, Andreu Soler, y, con más o menos empatía hacia la víctima, convencerle de no poner la denuncia y evitar que los abusos salgan a la luz. En este caso, la abadía accedió a abonar a la víctima (en negro y fraccionado) los costes de la terapia. Fueron 7.200 euros que Hurtado devolvió al descubrir que Soler, fallecido en el año 2008, había sido homenajeado con la publicación de un libro.

El dolor de la víctima se hermana al de tantas otras víctimas que han visto sus vidas marcadas por los ataques sufridos en una infancia mancillada por los depredadores. Aún son muchos los que callan. Por vergüenza, por dolor, por no ser capaces de asumir lo vivido. Su silencio obliga a alzar la voz al resto de la sociedad y nos conjura a arrojar luz sobre todos los rincones que, durante décadas, permanecieron en una oscuridad cómplice del mal.

El papa Francisco ha prometido combatir la pederastia. Sin duda, es un gran avance que el Vaticano abandone el encubrimiento sistemático de sus depredadores. Pero mucho más importante es la ley de protección a la infancia que impulsa el Gobierno socialista para ampliar el plazo de prescripción de los delitos y abusos contra menores.

La presión ejercida por miles y miles de víctimas alrededor de todo el mundo, el compromiso de los medios de comunicación con la investigación, la conciencia social de la envergadura del problema y el endurecimiento de la legislación se convierten en la mejor combinación para combatir un delito execrable, mucho más si viene dado por los que hacen gala de una superioridad moral que casa mal con el oscurantismo y el proteccionismo de los depredadores sexuales.