Hasta cuándo la Congregación de los Hermanos Maristas mantendrá un clamoroso silencio sobre los gravísimos y continuados casos de pederastia cometidos en el pasado en al menos dos de sus colegios de Barcelona? Las víctimas suman ya una treintena, pero nada parece inmutar a los responsables de una institución que debería ser la primera interesada en aclarar sin reservas lo sucedido. Debe admitir que se corrompió profundamente la esencia misma de lo que ha de ser un centro escolar, que es formar a niños y educarlos en el respeto y no en el abuso. Debe expiar el fariseísmo de haber preferido ocultar las sevicias antes que afrontar y solucionar el problema. Y debe arrostrar el coste transitorio de la vergüenza de tener que pedir perdón antes que arrastrar el coste permanente del desprestigio. Sobrecogen los testimonios de las víctimas, exalumnos de los maristas que hoy rondan la cuarentena y que aún recuerdan vivamente los traumas padecidos cuando eran niños. Las confesiones -tres, de momento- de pederastas que ejercieron de docentes pueden tener diferentes efectos jurídicos personales, pero las responsabilidades colectivas de los maristas son claras. Su mea culpa es necesario para empezar a erradicar la iniquidad de la pederastia.