De las cenizas en la tierra baldía que había dejado la segunda guerra mundial nacieron en Europa dos logros que han configurado una larga era de bonanza y que aún hoy deben ser irrenunciables. Son el Estado del bienestar y la Unión Europea. El progreso que ambos aportaron empezó a resquebrajarse con la revolución conservadora de Margaret Thatcher que halló un amplio eco al otro lado del Atlántico, con Ronald Reagan. Aquella revolución que daba preeminencia al mercado y recortaba hasta el hueso el papel del Estado se impuso en todo el mundo. Las consecuencias de aquella desregulación han sido la crisis financiera y económica que empezó en EEUU hace casi una década para contagiar a toda Europa dejando en la cuneta a millones de personas y laminando a la clase media. El sistema se ha pervertido, pero ello no significa que no pueda regenerarse. Sin embargo, en vez de promover cambios que lo reactiven, asistimos a un ejercicio altamente peligroso que, en el mejor de los casos, solo traerá mayor frustración. Vender soluciones fáciles, como ha hecho Trump, a problemas complejos no es más que una estafa. En Europa estamos asistiendo a algo muy parecido y si hasta hace poco los populismos de diversa índole eran minoritarios y repudiados por la ciudadanía, hoy están acercándose al poder porque para los votantes ya son opciones aceptables. Y ello ha sido posible por el descalabro de la socialdemocracia y la aceptación por la derecha de postulados de extrema derecha.

Una muestra del crecimiento del populismo, espoleado ahora por la victoria de Trump, la tendremos en el rosario de citas con las urnas que empezará este domingo en Bulgaria y seguirá el 4 de diciembre en Italia, con un referéndum, y en Austria con la repetición de las elecciones presidenciales. Después vendrán comicios en Francia, Holanda y Alemania, países donde los pronósticos apuntan a un fuerte crecimiento de los populistas. Sin olvidar que en Hungría y Polonia estas fuerzas ya están en el poder.

La historia demuestra que todos los populismos, de ultraderecha o de izquierda, unos con su carga de xenofobia y racismo, otros con su defensa de la identidad y el nacionalismo, han tenido consecuencias nefastas. Parece que, ciegos, nos encaminemos al desastre cuando lo que toca es recuperar aquellos logros que ya nacieron de una guerra de consecuencias devastadoras.