Thomas Edison fue un científico particularmente prolífico. Considerado el inventor más importante del mundo, registró 1.093 patentes, y algunas como el micrófono, el fonógrafo, la cámara o la bombilla incandescente cambiarían nuestras vidas.

No es de extrañar que, buscando siempre rodearse de los mejores colaboradores, diseñara una entrevista de trabajo muy peculiar. Preguntaba a los candidatos de qué tipo de madera se fabrican los barriles de queroseno, cómo se obtiene el ácido sulfúrico o dónde se cultiva el algodón más fino del mundo. Algunos entrevistados se quejaron aduciendo que era imposible responder a sus preguntas, provocando tanto revuelo que The New York Times se hizo eco. Edison publicó en el periódico que cada error podría costar miles de dólares. La entrevista no acababa ahí. En la última prueba pedía al participante que probara un plato de sopa, descartando a quien le agregara sal antes de probarla. El inventor no quería contratar a personas que trabajaran con suposiciones. Para él, basarse en una suposición es un riesgo enorme, pues implica dar por sentado algo sin pruebas suficientes.

El problema de una suposición es que no se somete a prueba, asumiendo que es una verdad absoluta, sin percatarse de que se trata de una posibilidad en un abanico de opciones. Las suposiciones nacen del miedo a la incertidumbre debido a que al cerebro no le gusta el espacio vacío, por lo que prefiere rellenarlo y trabajar con conclusiones, brindando una sensación de seguridad. Cuando llegamos a una solución que nos satisface, la damos por válida y no la contrastamos, eligiendo los trozos de realidad que sirven para confirmar nuestra creencia. Con frecuencia, tomar decisiones basándose en una suposición, suele ser fuente de conflictos y grandes errores.

*Psicólogo clínico

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