Una vez más, un ser humano ha sido apedreado hasta la muerte por otros seres humanos. Dos miembros del grupo Al Qaeda han lapidado a una mujer en Yemen. Había sido acusada de cometer adulterio y prostitución en la ciudad de Mukalla, en el sureste del país. Los miembros de Al Qaeda iban armados, pero no usaron ninguna de sus armas. Un fusilamiento habría sido demasiado sencillo. Decidieron meter a la mujer en un agujero que había en el centro del patio de un edificio militar. Allí debía haber muchas armas para elegir una manera más neutra y rápida de matar, pero eligieron la lapidación. Matar a base del lanzamiento de piedras.

Debe ser terrible, porque no se trata de una bala que corta de una vez una vida, sino de un proceso. La administración de una agonía calculada para que se alargue hasta que la última piedra ya sea inútil. No sé si los lapidadores estallan en bravos ante el final, como los espectadores se ponen a aplaudir cuando baja el telón del teatro.

Lanzar piedras... Cuando yo era un niño vi, en un pueblo donde pasaba el verano, unos muchachos que se lanzaban piedras. Era más un juego que una agresión. Las piedras, ahora mortales, han tenido un papel importante para los humanos, que somos unos explotadores de las rocas, y a lo largo de la historia han sido un material sólido para la construcción. De los clásicos coliseos romanos a las cabañas del campo. Y aún se utiliza la expresión poner la primera piedra para designar y celebrar el inicio de una obra importante. Y todavía se debe decir padrón para designar aquella piedra vertical plantada en el suelo que indica un lugar de referencia.

Más de una vez, yendo a pie de un pueblo a otro, me he encontrado con que no tenía más remedio que ir por el pedregal, una expresión popular para decir que lo que habíamos empezado bien -un camino o un negocio- ya iba mal. Yo tengo unos pies más bien estrechos y poco compactos, pero las piedras del camino me han hecho más compañía que las piedras preciosas. H