Querido/a lector/a te aseguro que cuando apareció en sociedad el partido Ciudadanos, y aunque nunca me creí aquello de que eran socialdemócratas, me alegré. Tanto es así que aún recuerdo que en más de una ocasión comenté que ya era hora que las sufridas gentes y pueblos de España tuvieran una derecha mínimamente civilizada, democrática, europeísta, dialogante, etc. Razón que, sin ser de derechas, la entendía con cierta satisfacción porque si alguien repasa la historia de España observara rápidamente y sin esfuerzo que eso que se conoce como derecha y desde que existe, siempre ha sido gris, cruel, mediocre, enemiga de la cultura, violenta… Tanto es así que existen estudiosos de la materia que la han catalogado de ser el auténtico «mal español», la causa del sempiterno retraso y de la tardía llegada de las libertades democráticas. Por eso, repito, encontrarte con Ciudadanos, con una derecha que se reconocía democrática y liberal, partidaria de la España autonómica, con vocación de llegar acuerdos, me parecía algo novedoso y digno de celebrar por importante y necesario. Y es que, en la política y en democracia el dilogo es imprescindible.

Pero bueno, por desgracia y como dice el maestro Joaquín Sabina, «eso duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks». Cuando se dió cuenta Rivera, o así se lo creyó, de que podía arrinconar al PP, cambió la política. Sustituyó los intereses de España por los del partido con la única vocación de ser la primera fuerza de la derecha, el partido de la derecha con más votos. O dicho de otra forma, abandonó el diálogo, el consenso y la sensatez para actuar como aquella falange joseantoniana que por ganar el reconocimiento y respaldo de las fuerzas políticas y sociales reaccionarias se empleó como fuerza de choque en permanente e improductiva confrontación y enfrentamiento. Comentario que puede parecer exagerado, pero lo entiendo como puro realismo.

*Analista político