En clase de mi hija hay 17 alumnos. Solo cinco hijos de españoles. Cuando yo inscribí a mi hija en ese instituto, desconocía el dato. El primer día que fui a buscarla y descubrí que sus compañeros eran racializados hallé en mí una vena de xenofobia internalizada muy potente. Pensé que el centro era «de segunda clase». Que «me habían estafado». Me costó mucho trabajo personal darme cuenta de hasta qué punto había interiorizado los mensajes racistas que de forma continua nos difunden los medios de comunicación.

El artista Putochinomaricón (es español y habla perfectamente español. Sus padres son taiwaneses. El ya no puede hablar correctamente ni chino mandarín estándar, no digamos ya el idioma hokken de Taiwán. Para los taiwaneses no es ni taiwanés ni chino, para los españoles es chino. Y para todos, es maricón (él se define como disidente sexual), simplemente porque no entienden su forma de comportarse.

Amin Maalouf en su libro Identidades asesinas razona que si el inmigrante se siente rechazado por la sociedad de acogida, su reacción será enfatizar la diferencia. Por eso, las compañeras de mi hija han creado un grupo de Whatsapp que se llama Las Perras Latinas y se identifican a sí mismas como Latinas, escuchan reguetón y trap, visten «como latinas» (tacones de infarto, pendientes de aro, vaqueros ceñidos, minifaldas, pelo muy largo), compran en comercios latinos…

PARA Maalouf, el migrante es la primera víctima de la concepción tribal de la identidad: nunca puede aculturarse del todo, pero tampoco puede pertenecer por completo a su identidad de origen. Esto es lo que le pasa a Putochinomaricón, obligado a asumirse como híbrido. Como si su identidad mezclada fuera excepcional, no coherente, por más que, como bien dice Maalouf, «todos los seres humanos, sin excepción alguna, poseemos una identidad compuesta».

Los conflictos de valores originados por la diversidad cultural se plantean actualmente dentro de las sociedades mismas, y ya no entre pueblos, como antaño. Y este conflicto sitúa «a particulares nosotros entre particulares ellos y a los ellos, entre nosotros, donde todos ya estaban», como dice Cifford Geertz.

En la clase de mi hija, los «nosotros» son los hijos de españoles. Los «otros» son los hijos de inmigrantes, estudiantes de DNI español, que no presentan diferencia considerable de clases sociales, lingüísticas o educacionales. Y de ahí se nutre Vox. Y hay que tener en cuenta que Martín, uno de los «nosotros», ya dice que va a votar a Vox ¡con 15 años!

EL ENCUENTRO con el otro obliga a replantear la propia identidad: ¿Era yo una racista y una xenófoba y no me había enterado hasta entonces? Edward Said, en Orientalism, habla de la construcción de la propia identidad por medio de la invención del otro. De cómo ha constituido una manera de mantener relaciones de subordinación y, a su vez, de legitimar y construir la propia superioridad. Ahora Vox hace lo propio creando una supuesta «identidad española» de la caza y la paella, frente a otra identidad que tienen las compañeras de mi hija, del Traicionera, el ceviche, la arepa, los tamales y la chipa de almidón.

Es una lástima, como remarca Joel Kahn en Cultura, multicultura y postcultura, que no hayamos acabado con el prejuicio de la superioridad del pensamiento occidental. Y es una lástima que la extrema derecha (Vox, Le Pen) no haya tenido ninguna dificultad en hacerse suyo ese razonamiento del absurdo para atraer votantes. Entre tanto, los demás seremos orgullosamente maricones y perras.

*Escritora