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La desinformación ha sido siempre una poderosa arma utilizada en tiempos de guerra por todos los contendientes. En tiempos de paz los regímenes autoritarios la manejan a placer. No les basta con censurar aquellas informaciones que consideran perjudiciales. Necesitan crear un estado de opinión favorable al poder, y la desinformación es un instrumento imprescindible. Vladímir Putin, exfuncionario del KGB soviético, la necesita desesperadamente y la usa con maestría. Por ejemplo, para alzarse en defensor de una Rusia milenaria y tradicional, respetuosa de unos valores que él dice defender; necesita poner a los rusos ante un espejo deformado en el que Europa aparece como algo peor que Sodoma y Gomorra. Para obviar los catastróficos efectos económicos de la anexión de Crimea y de la presencia de tropas rusas en Ucrania, necesita negar la existencia de dichas fuerzas. Internet y las redes sociales son además un instrumento eficaz para la difusión de rumores y a Putin no le faltan medios económicos para financiar todo tipo de altavoces manipuladores de la realidad. Mientras, la UE tiene que hacer enormes esfuerzos para crear una unidad que contrarreste los infundios que vienen de Moscú. Esta es la diferencia entre una autocracia y una democracia, por muy imperfecta que sea.