La principal conclusión de la encuesta del GESOP, realizada entre el 11 y el 15 de mayo, es que crece el pesimismo sobre la situación económica mientras que el mapa político se mantiene prácticamente congelado, con una subida del PP, pero no a costa del PSOE, sino de Vox, que apenas modificaría las soluciones posibles para la gobernabilidad. Si en el inicio de esta serie de sondeos, la semana del 23 al 27 de marzo, solo un 30,5% de los consultados creía que la recuperación económica tardaría más de dos años, frente a un 36,8% que la esperaba para antes de uno, ahora la expectativa que supera los dos años se dispara hasta el 44,7%, mientras que los optimistas descienden hasta el 16,6%.

Es destacable, por otra parte, observar las expectativas personales. Los españoles se resisten a relacionar su visión negativa del contexto económico con el impacto que tendrá en su vida laboral. Evidentemente, la bolsa de pesimismo se concentra entre los parados (más de la mitad piensan que tienen pocas o ninguna posibilidad de encontrar trabajo) pero son una minoría los trabajadores en activo, o afectados por un erte temporal, que creen que hay muchas posibilidades de perder o no regresar a su puesto de trabajo. Sería una buena noticia que la evolución de la economía, al ritmo de la desescalada del confinamiento y aún con la protección del mecanismo del erte, confirmase esas expectativas de estabilidad laboral. Si cuando sepamos en qué consiste la nueva normalidad sucede lo contrario, significaría un duro despertar con consecuencias aún imprevisibles.

Pese a las protestas que empiezan a verse en algunas calles, los dos meses de estado de alarma apenas han hecho mella en los españoles en su actitud (sea de responsabilidad consciente, aceptación disciplinada o simple resignación) a la hora de aceptar el confinamiento, confesándose casi unánimemente (como no podría ser de otra forma) preocupados o muy preocupados por la pandemia.

Y en cuanto a la valoración del Gobierno, también sufre escasas variaciones. Desde el principio, se imponían ligeramente los que calificaban su actuación de mala y así sigue ahora: un 37,1% la ve mal; un 32,5%, bien, y un 27,2%, ni bien ni mal, por lo que el Ejecutivo de Pedro Sánchez no sale tan mal calificado entre la opinión pública como parecerían indicar la crispación política y parlamentaria. Una prueba de ello es la estabilidad del mapa político. La situación parece, de momento, estabilizada. El PSOE volvería a ganar las elecciones con un resultado similar (118-121 escaños) y un 27,5% de los votos. El PP subiría entre 10 y 13 diputados, pero su ascenso es a costa de Vox, que perdería entre 4 y 7. Un retroceso similar sufre UP. El resto de partidos mantiene su resultado.

Si la expectativa del PP al abrazar los modos más extemporáneos de Vox es la de no dejarse arrebatar el liderazgo de una derecha extrema, la jugada puede que esté teniendo un cierto rendimiento. No parece lo mismo si de lo que se trata es de aparecer como una alternativa responsable y viable de gobierno. Tampoco detecta el sondeo movimientos en la frontera entre un PP radicalizado y un Cs que ha optado por un tono constructivo: quizá sea pronto. Pero sería preocupante que el ambiente político premiase la primera actitud, y no la segunda.

Del conjunto del sondeo se puede deducir que la valoración de la actuación de las administraciones, y a partir de ella las expectativas de voto, depende más bien de unos aprioris ideológicos y unas afinidades políticas que no se han alterado apenas y que filtran y condicionan enormemente visiones dispares de la realidad. Una dinámica de bloques que quizá incluso se hayan consolidado aún más. La aparición del sectarismo en la calle y en las redes sociales no es una buena noticia cuando no hay alternativa (razonable al menos) a la necesidad de alcanzar unos acuerdos de reconstrucción del país que son tan necesarios.