La confianza resulta un bien escaso en la vida. En la política constituye una rareza. En la política española exige un milagro. Nadie confía en nadie y ese es es el principio de todos los males. A partir de ahí únicamente se puede ir a peor.

Los votantes dan muestras constantes de su desconfianza hacia los candidatos y por eso llevamos años hablando de desafección. Los políticos españoles confían aún menos en sus votantes.

Por eso hablan con tanta naturalidad de algo tan poco natural como repetir las elecciones, como si no hubiéramos votado correctamente y fueran a darnos una segunda oportunidad para poder hacerlo bien esta vez.

Los líderes no confían ni en sus madres. Todos desconfían de un Mariano Rajoy que se hunde cada día más en la ciénaga de la corrupción y la financiación ilegal de su partido. Pablo Iglesias no se fía de Pedro Sánchez. Ambos desconfían de Albert Rivera y sus pasmosos intentos de lavar la cara sucia del PP. Por eso no hablan y vamos de pijada en pijada. Que si uno llama, que si otro manda un wasap, que si no tenía cobertura, que si luego te llamo... Las únicas que están ganando con tanto mensaje son las compañías telefónicas.

Remiran una y otra vez las entrevistas en televisión y las ruedas de prensa de unos y otros para ver qué se han dicho en vez de preguntárselo cara a cara. Hay tanto estratega suelto que deberían avisarnos del peligro para evitar una desgracia. La confianza no se negocia ni se pacta, tampoco se inventa. La confianza se construye. Hay que lanzarse a ir poco a poco.

Gobernar en coalición no es un matrimonio, ni funciona como la vida en pareja. No hay que estar enamorados, ni siquiera tenerse cariño. Es una sociedad y basta con entenderse como socios inteligentes. Si dedicaran a construir confianza la mitad del tiempo que dedican a destruirla, ya tendríamos un Gobierno. H