Hace ya un par de meses pero sigo sin quitarme el titular de la cabeza: los niños superdotados no quieren volver al colegio. Lo recogía una noticia y decía que desde que empezó el confinamiento han podido aprender a su ritmo, centrándose en las materias que más les interesan y que están más tranquilos porque no tienen que aguantar el acoso de los compañeros. Algo triste, que un niño no quiera volver a la escuela.

Una de las razones que daba la presidenta de la Asociación Española de Superdotados era que los alumnos no se ven obligados a ralentizar el ritmo de aprendizaje para adaptarse al de los demás. Cualquiera que tenga cerca un niño con una inteligencia por encima de la media sabe que uno de sus principales problemas es el aburrimiento, la vida lenta, tener que escuchar explicaciones detalladas y repetidas de cosas que él ha entendido en cinco segundos, horas y horas de clase que no le generan ningún tipo de curiosidad ni interés, una insoportable sensación de estancamiento y tener que esperar siempre y no convertirse en una molestia. Por eso no es raro que los superdotados acaben en fracaso escolar.

Y aunque sean alumnos modélicos lo cierto es que a menudo esta adaptación comporta la represión de sus ansias de conocimiento, tienen que conformarse con un alimento que les resulta poco nutritivo y nada estimulante. Ser menos de lo que son.

La ley reconoce la existencia de superdotados y establece que los centros tienen que tomar mediadas para atender esta otra diversidad, esta necesidad específica. En la práctica, la falta generalizada de recursos hace imposible la aplicación de la norma y se suele priorizar la atención a alumnos con dificultades.

Es una lástima desperdiciar así el talento excepcional de una parte de los niños y adolescentes, que se sientan tan desmotivados que acaben viviendo en una soledad elegida. No solo se transmiten contenidos en la escuela, también se aprende a convivir. La sociedad entera está perdiendo el potencial de los superdotados pero no atendiéndolos quienes más pierden son ellos. Se les niega así una de sus fuentes de placer: la del acceso al conocimiento.

*Escritora