Querido/a lector/a, me duele empezar el año nuevo con un artículo que comienza con un «no» y me duele mucho más, porque soy consciente de que no tengo millones de lectores y, los poco que tengo, que imagino que se pueden contar con los dedos de una mano, los debo tratar bien y no se merecen empezar el año con una expresión negativa.

Pero, les aseguro, desde la sinceridad, desde el fondo del corazón, que no soporto porque me parece excesivamente vergonzoso y doloroso ver cómo hay gente y poderosos medios de comunicación que influyen decisivamente en la conciencia y el comportamiento de otros, que sitúan como el sumum del progreso el declarar que «solo» deberíamos tener como objetivo o propósito para el año 2018 cuidar del planeta.

Ni más ni menos. Punto final. Decisión que a mí, que soy hijo de Vicent y Anna María y de la Vall, es decir, que no soy nadie, me provoca hasta el extremo de ofender mi dignidad y reclamar venganza. Por eso, desde el agradecimiento, aprovecho este pequeño rincón en este periódico para declarar que nada tengo contra la vocación de salvar el planeta, mejorar el conocimiento de la energía, luchar contra el cambio climático, el calentamiento global, los gases de invernadero o los residuos nucleares, pero ese «solo» cuidar el planeta me molesta. De ahí, que junto a la idea de cuidar el planeta como propósito, reclamo y debe aparecer lo de cuidar al ser humano, su realización y felicidad. Al inmigrante, por ejemplo, que muere en el Estrecho por alcanzar la vieja y engreída Europa y una vida digna; al obrero que trabaja, pero ni su pensión ni su salario le permiten terminar el mes; al joven sin empleo que mira el mañana sin esperanza; a la mujer maltratada que ya no cree en el afecto ni en la convivencia… Y es que un planeta sano es una noble causa, pero no puede ser un ideal exclusivo, necesita de seres humanos libres, iguales, solidarios, etcétera.

*Analista político