Donde haga viento, construye molinos. Esta suerte de refrán encierra una profunda carga de sabiduría. Hoy diríamos inteligencia. Es más, diríamos que simboliza la inteligencia del territorio. Las playas han sido, son y serán nuestro atributo turístico más significativo. Señalaron la localización de nuestra industria turística y, a veces, tristemente la x del mapa del tesoro de la codicia especulativa. Pero la fuerza de las playas presenta un voltaje extraordinario.

Al valor paisajístico, ambiental, económico y turístico, debemos sumarle el bagaje social, emocional y experiencial de millones de personas que han tenido, tienen y tendrán vivencias junto al mar. La gente necesitará el mar como una referencia vital imprescindible. Desde la perspectiva del ocio o del negocio, cuidar las playas constituye un deber.

En realidad, esta obligación no tiene adjetivos. Sencillamente, es un deber sagrado. Porque las playas han sido siempre parte de nuestro derecho a la felicidad. Precisamente por ello y porque han sucedido demasiadas cosas en los últimos tiempos, merece la pena reflexionar en torno a la relación que mantenemos las sociedades mediterráneas con nuestras playas.

Deben seguir extremándose todas las medidas para que nuestro litoral presente un escenario de cero vertidos y cero contactos inadecuados con las playas. Cualquier situación puntual que evidenciara lo contrario debe ser abordada y afrontada con perspectiva estructural para conjurarla definitivamente. Nos va, sencillamente, la vida en ello. El trabajo permanente y sistemático que los ayuntamientos de todos los colores políticos han desarrollado debe ponerse en valor.

Asumir las playas como un verdadero tema de estado por parte de todas las instancias administrativas y el conjunto de la sociedad civil es el tono perfecto para conseguir este noble objetivo. Hemos llegado a un punto en el que nuestra Comunitat Valenciana, gracias al esfuerzo de muchos, lidera el crecimiento de las banderas azules de la Unión Europea en España. Lo propio en las banderas Q de calidad turística. Son certificaciones difíciles de alcanzar y complicadas de mantener. Pero lo hemos logrado. Por lo tanto, pocas bromas con nuestras playas. No podemos bajar la guardia en absoluto. Liderar significa asumir más responsabilidad que los demás y esa debe ser la conjura colectiva en estos momentos más que nunca.

Otro aspecto importante a observar con espíritu de superación y mejora es la seguridad. Los servicios de salvamento y socorrismo deben continuar prestando respuestas suficientes y solventes a bañistas y usuarios. La seguridad, entendida en su más amplia acepción y alcance, es y será una ventaja competitiva que debemos asumir como destino turístico. Por quienes nos visitan y, evidentemente, por nosotros.

Nada de lo mencionado se logra sin recursos. Verlo como una prioridad es cuestión de valores. Pero, sobre todo, nada de nada se consigue ubicándonos en una zona mental de confort. Los problemas nunca se resuelven solos. Nunca.

*Secretario autonómico de Turismo