Estaba cantado que Irene Montero iba a sustituir a Íñigo Errejón en la portavocía de Podemos en el Congreso de los Diputados tras la rotunda victoria de la lista y las tesis del secretario general, Pablo Iglesias, en Vistalegre 2 hace una semana. El relevo, aprobado ayer por el consejo ciudadano del partido, es lógico, porque hubiese sido extraño que Errejón defendiera parlamentariamente posiciones en las que no cree, pero al mismo tiempo desmiente las promesas de unidad tras el congreso podemista. De unidad, lo único que queda es que Errejón y sus seguidores continúan en el partido, pero han perdido todo el poder: tendrán en la ejecutiva tres cargos de 15, el 20%, la mitad de lo que pedía el hasta ahora número dos, y 22 frente a 38 puestos en el consejo ciudadano. Errejón deja de ser también secretario político para pasar a una cartera menor y será candidato a presidir la Comunidad de Madrid en una especie de compensación que se da ahora por hecha sin siquiera esperar a celebrar primarias.

La lucha por el poder se ha resuelto a favor de Iglesias, pero el debate en Podemos no se reducía a eso. Era también una disputa política y estratégica, centrada sobre todo en la relación con el PSOE y el resto de la izquierda. Y la derrota de las posiciones de Errejón de una mayor colaboración y transversalidad, frente a un Iglesias que solo concibe el sorpasso y la confrontación, significan que la izquierda lo tiene peor para desalojar al Partido Popular del Gobierno.