Ha querido la casualidad que el mismo día que el Govern cuantificaba en 130.000 los niños que no han sido vacunados este año en Cataluña por la alteración causada por la pandemia en el ciclo educativo, se pusiera fin a la polio en África. La campaña de vacunación desplegada durante décadas ha alcanzado el éxito al llegar a la población infantil del continente, que aún arrastraba esta enfermedad. Volviendo la vista de África a Cataluña, más de 260.000 dosis de vacunas infantiles quedaron sin administrar en unos tiempos en que el ruido de los movimientos negacionistas ha aumentado, alimentado por el miedo y la incertidumbre.

Para países con poca historia como Australia, fue un trauma nacional. Cuatro millones de australianos se infectaron del virus y unos 40.000 resultaron gravemente enfermos hasta su erradicación en el país, en 1988. Eso explica por qué el coronavirus ha devuelto a ese rincón del planeta los peores recuerdos de aquel azote vírico, que por primera vez trajo cuarentenas, cierres de colegios, cines, e implantó la distancia social. Sus supervivientes han hecho campaña todo este tiempo para concienciar de la necesidad de seguir las pautas preventivas de salud que dictan los expertos. De hecho, fue una científica australiana, Jean Macnamara , volcada en la medicina infantil en los años 30, la que contribuyó de manera decisiva en los hallazgos de las dos vacunas estadounidenses que se acabaron desarrollando.

La globalización, la carrera científica por encontrar un remedio contra los estragos de la enfermedad, fue clave para dar con un remedio. También su administración. No puede ser más oportuno recordar esta lección en momentos en que se cierran fronteras físicas y mentales, y campan los lunáticos y los embaucadores antisistema. H

*Periodista