Las palabras viven una vida complicada. Muchas terminan prostituyéndose a golpe de usos impropios. El ejemplo más claro podría ser la palabra «política». Puede que hace tiempo perdiera su alma, castigada en los cuerpos y en las bocas de todos. Todos o, mejor, todos nosotros, es una idea que no sé muy bien qué significa ni tampoco resulta fácil ubicar el dónde y el cuándo sucedió. Pero es una idea que apunta a la responsabilidad colectiva. Demasiados errores encadenados, demasiadas unilateralidades cuando la vida es polifónica.

Seguramente hoy será un día controvertido. Un día que resumirá todo en nombre de la política, pero sin que la verdadera política haya asomado para nada. Lo que sucede en Cataluña es la crónica de muchas cosas. Habrá percepciones, matices y versiones de todo tipo. Esta es una sociedad abierta donde fluyen toda suerte de opiniones. Pero, fundamental y esencialmente, es la crónica del fracaso más trágico que ha conocido la política y sus representantes desde la recuperación de las libertades tras la dictadura. Ha sido así por defecto, por incomparecencia. Porque ha brillado por su ausencia. La política es el arte del diálogo, del consenso, del acuerdo, de la ley y del orden democrático que respeta minorías. Del orden que se forja en los parlamentos soberanos que no hacen trucos y que traducen fielmente el sentir y el anhelo de las sociedades.

LA POLÍTICA termina cuando acaba la cordura y también cuando se agota la imaginación. Esos son sus verdaderos confines. Muere cada vez que gana terrero el griterío, la violencia, el insulto y el desprecio a las ideas.

Cada humillación al rival, cada improperio, cada desprecio, cada ultimátum, cada altanería, cada exageración del mal de los otros es… cualquier cosa menos la política que nació para civilizar y resolver los conflictos razonando.

En los últimos años se han ido volando puentes y destruyendo esperanzas. Al compás de la simplificación de las cosas, de la polarización sin retorno. Se ha regalado mucho tiempo al desencuentro y a la bravuconería. Ha nacido un mundo, una realidad inhóspita y grotesca.

Con todo, las herramientas para recomponer siguen siendo y serán las mismas. La palabra ordenada, la palabra libre pronunciada no desde los cuadriláteros mentales sino en los parlamentos sujetos a reglas del juego democráticas.

SIEMPRE HUBO y habrán más opciones que las que conducen a la confrontación, al choque que descarrila invariablemente. Miquel Iceta lo plantea con tanta claridad como pedagogía. Hay alternativas democráticas para evitar un escenario tan pobre y empobrecedor como el dibujado. O lo tomas o lo dejas. O blanco o negro. O como estamos o nos vamos. ¿Dónde está la política ahí? ¿Dónde la palabra y la imaginación? Habrán fallado los actores principales, sus papeles, sus imposturas… pero eso no era la política. Necesitamos otro guión y, con toda probabilidad, otros actores.

*Doctor en Filosofía