Ser político estos días me parece una tarea muy desagradable. No sé cómo se puede acertar gestionando tanta miseria. Hoy, la pandemia. Mañana, una crisis económica todavía de dimensiones impredecibles. Me sorprende muchísimo ver cuántos de nuestros representantes creen tener la fórmula mágica que nos sacaría de esta situación inédita de la mejor manera y con la mayor rapidez.

El presidente Pedro Sánchez está tomando decisiones a trompicones, atropellado como todos por la realidad, al frente de un gobierno de coalición, con las dificultades que eso conlleva; sobre todo, por lo que a las recetas económicas se refiere.

Según la oposición o los empresarios, lo está haciendo en algunos casos sin consenso o consulta previa. El apoyo del PP sonó precario desde el primer día. Sostiene Pablo Casado que respaldar las medidas del Gobierno no puede significar un cheque en blanco y defiende el derecho a hacer una crítica constructiva. Menos matices le pone Ciudadanos.

En el lado contrario, tenemos a Vox. Los de Santiago Abascal han pedido la dimisión de Pedro Sánchez para dar paso a un «gobierno de emergencia nacional». Es paradójico, porque le reprochan al presidente «incapacidad, negligencia y gestión criminal» para acto seguido reivindicar «una alternativa política de unidad». No sé cómo se puede conseguir dicha unidad dejando a un partido fuera.

En todo caso, también los presidentes autonómicos, que en general están actuando con discrepancias, pero con lealtad, reivindican sus propias peculiaridades territoriales para adaptar las medidas que aprueba el Gobierno central. A veces, ha dado la impresión, quizá equivocada, de que tenían tentación de hacer la guerra por su cuenta.

Seguramente, todos creen que aciertan, con mejores o peores intenciones. Si fueran a una, y las decisiones fueran el resultado de mezclar todo lo constructivo, tendríamos más posibilidades de estar acertando alguna vez. Y eso que luego, cuando superemos el coronavirus, también habrá una grave crisis política.

*Periodista