La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ponía voz a lo que muchos pensamos. La noticia decía: «La presidenta del Congreso ha avisado este sábado de que el clima beligerante y de constante descalificación que se vive en las últimas semanas en el Parlamento desmoraliza, enerva y genera crispación». Por ello aconseja a los políticos que «den ejemplo y se centren en las posibles soluciones para los ciudadanos para la recuperación del país». Menos mal que dos días antes Patxi López sabía dar ejemplo, pedía disculpas y en unas emocionadas palabras hacía una reflexión que debería ser oída por todos los españoles, los políticos antes que nadie. (Los medios, como suele ser habitual, recogían las descalificaciones y los insultos, no la reflexión).

Patxi López, presidente de la Comisión de Reconstrucción, después de uno más de los incidentes entre parlamentarios que tienen lugar estos días y al considerar que él mismo no había estado a la altura, pedía disculpas y decía: «Ha habido algunas expresiones y algunos comportamientos innecesarios y creo que no es lo que espera la ciudadanía de nosotros y de esta comisión que tiene la obligación de dar respuestas y soluciones a la necesidades y urgencias que se viven estos momentos por millones de personas de este país (…) Me gustaría que fuéramos capaces de reconsiderar, repensar y volver a entender para qué y para quién estamos aquí. Y no es para insultarnos, ni para atacarnos, sino para demostrar que la política sirve para mejorar la vida de la gente. Para demostrar que si hemos querido estar aquí es por algo y ese algo tiene los nombres y apellidos de los que han sufrido, sufren y van a sufrir las consecuencias de una epidemia brutal, compatriotas que sin la política estarán abandonados. Ese es el sentido de la comisión y no otro. Hagamos honor a los que nos han traído hasta aquí, gente que siente diferente, que piensa distinto, pero que necesita que nos pongamos de acuerdo para que su vida no sea peor. Por eso les reitero mis disculpas».

¡Chapeau, Patxi, Chapeau! El político vasco, quizá sin saberlo, hace un discurso habermasiano en el más profundo sentido de la palabra. Habermas, filósofo alemán del que alguna que otra vez he hablado en estas páginas, es al gran teórico de la acción comunicativa. Él piensa que el lenguaje configura nuestro pensamiento y que por sí mismo nos obliga a comunicarnos, nos lleva a la comunicación, es ya comunicación. Y que el habla tiene unos supuestos universales (inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad) que deben estar presentes en cada hablante, porque el lenguaje se orienta al entendimiento. Sí, ya sé lo que estarán pensando. Efectivamente, existen patologías, perversiones, deficiencias que van en contra de uso ideal del habla. Por supuesto, y es entonces cuando el discurso se hace más necesario. El lenguaje, piensa Habermas, posibilita el consenso, la racionalidad, la ética, la política, que no es más que la posibilidad de organizar la convivencia de la gente.

Nuestras acciones linguísticas, piensa también Habermas, son muy frecuentemente estratégicas, es decir, orientadas al éxito. El lenguaje de los políticos, demasiado frecuentemente, está plagado de acciones linguísticas estratégicas, es decir inmediatistas, orientadas al éxito electoral; no estaría de más que fueran acciones comunicativas orientadas al consenso, la unidad y la búsqueda de soluciones. Lo que nos pasa no es ninguna broma y sería fundamental no engañarnos. Nos jugamos mucho. Patxi López lo dice claramente: «No estamos aquí ni para insultarnos, ni para atacarnos, sino para demostrar que la política sirve para mejorar la vida de la gente». Para eso, un poquito de Habermas no iría mal. ¡Un poquito de Habermas, por favor!

*Presidente de la Diputación