La noticia política en Castellón de esta semana de pasión, sin duda, ha sido la renuncia del actual presidente provincial del PP de Castellón, Javier Moliner, a la reelección, lo que en la práctica y así lo dejó entrever, es una renuncia definitiva a su carrera política que comenzará una vez finalice su mandato al frente de la presidencia de la Diputación.

Tras la sorpresa en directo para unos y en un diferido de tan solo una semana para otros, cargos, militantes, simpatizantes, rivales políticos, medios y demás curiosos aún se preguntan el por qué. Es tan poco habitual una renuncia de esta naturaleza que los argumentos esgrimidos por Moliner no logran satisfacer la necesidad de una explicación más concreta en estos tiempos de la postverdad, donde la realidad no es tal hasta que la mayoría la asume como verdad, sea cierta o no. Y la verdad que el político Moliner explicitó públicamente el pasado lunes, por político, no era creíble. Ningún político renuncia motu propio. Ningún político abandona si puede continuar ejerciendo el poder. Ningún político se va si no es obligado por un escándalo. Ningún político renuncia, le obligan a renunciar…

Los mantras de la postverdad de la imagen y del simbolismo político nos impiden creer los argumentos de los rectos principios: renovación, regeneración, mandatos cortos, no perpetuación en la política, no profesionalización del poder…, esgrimidos por el hasta ahora presidente del PP de Castellón. Estas razones son su verdad…. Pero, como digo, en estos tiempos donde todo se relativiza, se reinterpreta y se viraliza a conveniencia con el prejuicio de la propia óptica, esa verdad parece no haber sido suficiente explicación para propios o extraños, sea totalmente cierta, cierta a medias o una verdad aparente.

La renuncia de Moliner, como sorpresiva y nada habitual renuncia, eso sí, será por tanto pasto de la elucubración, de la interpretación y de la malinterpretación, según de quién provenga. Es inevitable. Y aunque de esas múltiples interpretaciones alguna quede como la más plausible… solo el tiempo será el que dicte la última verdad.

A los argumentos empleados por Moliner se han unido estos días muchas interpretaciones sobre la influencia en la decisión. Que la política provincial ya no le supone ningún reto porque su papel de transición del fabrismo a un PP más renovado y centrista ya se ha completado, a pesar de rumorologías infundadas sobre renacimientos ultras imposibles. Que aunque se le suponga, no tiene ambición política para una vez modernizado su partido dar el salto a la política nacional o europea, a pesar del cordón sanitario establecido por Rajoy a todo lo que huela a Comunitat Valenciana y a pesar de su amistad con Moragas. Que por su juventud, su idea es dedicarse a la vida profesional en la empresa privada, con oferta actual o sin ella. Que acometer de nuevo la pesadez del trabajo orgánico, con el desgaste personal que supone negociar nuevas listas en los 135 municipios de la provincia y preparar el partido para las elecciones autonómicas y municipales del 2019, le provoca rechazo o aburrimiento. Que si la convivencia con la nueva dirección de Isabel Bonig, no le supone ningún aliciente a pesar de que siempre han contado con apoyos mutuos. Que si el caso político del Hospital Provincial le ha influido, cuando en verdad ha sido uno de los pocos alicientes de batalla política donde se ha empleado a fondo… y además seguirá haciéndolo hasta acabar la legislatura….

En definitiva, partes de una verdad que, como digo, en un futuro podrán conformar una realidad… o no. Mientras tanto la velocidad del devenir diario nos acostumbrará a una nueva situación en el partido más votado por los castellonenses, que no es otra que el de una bicefalia de dos años en el poder popular orgánico e institucional. Miguel Barrachina en el primero, bien atado por Moliner y el propio Moliner en el segundo, en la presidencia de la Diputación hasta el final del mandato.

Porque Moliner ha decidido renunciar a la presidencia del PP pero no a provocar una crisis identitaria en su partido, ni de sucesión, ni de ordenamiento interno. La mentalidad de ingeniero que ha presidido toda su trayectoria política le ha hecho sopesar y planificar estratégicamente, calculando todas las derivaciones y posibilidades, el futuro inmediato del PP de Castellón tras su decisión.

No habrá sitio para ínfulas fabristas de antaño, anacrónicas y sin sentido en este nuevo tiempo, y sí probablemente un espacio de continuidad liderado por Barrachina en connivencia con Moliner, bajo la tutela de la nueva presidenta del PPCV, Isabel Bonig, a la que preocupa mucho más la situación del PP en la provincia de Valencia o la discriminación de Rajoy hacia el PP valenciano que la transición en Castellón. Una transición que los rivales políticos de Moliner ven con expectación conscientes de que se retira progresivamente el hasta ahora su principal activo.