La elección de Pablo Casado como nuevo presidente del Partido Popular, con el 57% de los votos del congreso extraordinario frente al 42% de Soraya Sáenz de Santamaría, significa una enmienda a la totalidad del marianismo, como si Mariano Rajoy hubiera sufrido una segunda moción de censura, ahora en su partido. Los atronadores aplausos del viernes al líder que se jubilaba eran en realidad ovaciones de despedida a su política, representada en esta dura confrontación que ha vivido el PP por la exvicepresidenta del Gobierno, que, aunque tuviera la elegancia o la falta de compromiso de no pronunciarse, era la preferida por Rajoy para sucederle.

Con Casado vuelve a escena el aznarismo, el PP sin manías ni complejos, como había reclamado durante la campaña José María Aznar, aunque oficialmente tampoco se decantase por alguno de los dos candidatos. Casado, que accede a la presidencia del Partido Popular a la misma edad que Aznar, 37 años, de quien fue jefe de gabinete, representa un giro a la derecha que se observa sobre todo en sus propuestas políticas y sociales. Si en el programa económico los cambios no son notables, con la bajada de impuestos por bandera, en otros asuntos el nuevo presidente del partido defiende posturas involucionistas, como el regreso a la ley de aborto de 1985, la oposición a la ley de memoria histórica y la exhumación de los restos de Franco, el rechazo a cualquier ley de eutanasia o la descalificación del feminismo.

El nuevo PP se prepara para competir a cara de perro con Ciudadanos en muchos aspectos y sobre todo en la cuestión de Cataluña, sobre la que Casado ha anunciado que se opone al diálogo con el Gobierno catalán, ha llegado a plantear la ilegalización de los partidos independentistas y en su discurso de toma de posesión rechazó la reforma de la Constitución, propuso endurecer el Código Penal ante futuros desafíos secesionistas e incluso defendió convertir en realidad la aparente broma de Tabarnia y reivindicó a capa y espada la España de las banderas españolas en los balcones.

En unos días en que es muy necesario el diálogo sobre Cataluña, la elección de Casado es una mala noticia que solo beneficia al otro extremismo, el que encarnan Carles Puigdemont y los sectores más irredentistas del independentismo, que este fin de semana libran asimismo una batalla para acabar con la escasa moderación que queda en el universo convergente.