Las cifras de siniestralidad laboral son preocupantes. Un total de 360 personas han muerto en España en los primeros sietes meses del 2016 durante su jornada de trabajo, lo que supone un aumento del 17,6% de forma global si se cuentan también los fallecidos durante los desplazamientos hasta o desde la empresa, que crecieron el 36% (los accidentes in itinere). El primer análisis de esta negativa tendencia desemboca en una ecuación no exenta de lógica: a mayor precariedad del empleo más grandes son los riesgos y posibilidades de sufrir un percance en el puesto de trabajo. El aumento de la temporalidad y de la contratación a tiempo parcial está pasando una costosa factura con el deterioro de la salud de quienes se ven obligados a trabajar en condiciones de máxima exigencia física y mental.

Los cambios que se están produciendo no son solo cuantitivos. Las causas de los siniestros laborales en España estaban tradicionalmente asociadas a incidentes físicos, mientras que ahora se relacionan de forma directa con los infartos o los derrames cerebrales propiciados por el estrés laboral. Esta negativa radiografía exige una reflexión, pero también una reacción colectiva que suponga una mayor atención en las empresas a la prevención.