Querido/a lector/a, la inmigración es una realidad social que siempre ha estado ahí, en la raíz de la sociedad, y ha expresado los desequilibrios del mundo. Además ha aportado riqueza a las sociedades. Por lo tanto, el objetivo debe ser el de aprovecharla como oportunidad para nativos y foráneos. Aunque, para ello, y como somos conscientes de las problemáticas que se pueden derivar del fenómeno migratorio actual, no solo hay que regularlo (con medidas de desarrollo y de integración), sino que, también, hay que combatir los prejuicios que la envenenan. Por cierto, digo prejuicios porque las visiones de la inmigración están llenas de tópicos y estereotipos pero, lo dañino, son esos prejuicios o actitudes no razonadas y sin pruebas que se manifiestan en forma de antipatías contra personas.

Entre los más peligrosos cabe señalar los que presentan a la inmigración como un problema cuando las relaciones entre personas han representado progreso. O si cabe, esos que hablan de invasión de la inmigración cuando ni las cifras ni la presión social la demuestran y, encima, todo lo que supone mantener el Estado de bienestar reclama más inmigración y mejor regulada. Aunque, los que dan vergüenza, son los que dicen que los españoles emigraban con contrato, cuando la realidad aclara que solo la mitad siguieron la vía establecida. En última instancia, uno de los clásicos es el que denuncia que nos quitan el trabajo a los nativos sabiendo que no es así, porque: trabajan en sectores de bajo salario, con poca regulación laboral, pocos derechos, de fácil pérdida de empleo y que, en muchos casos, los nativos no quieren ocupar, etc. Y así sucesivamente.

Querido/a lector/a, estos prejuicios no son casualidad, posiblemente surgen de la ignorancia y la mala leche, pero detrás hay una ideología social y política egoísta, insolidaria e impropia de la humanidad. Ese no es el camino.

*Analista político