En estos tiempos cainitas, de desencuentros y en los que por doquier se pone en duda la capacidad de convivencia en España, es una gran noticia que dos premios oficiales y nacionales, el Cervantes y el Nacional de las Letras, hayan recaído en un poeta catalán, Joan Margarit, y un novelista vasco, Bernardo Atxaga. Es la primera vez que el Cervantes se concede a un autor cuya obra está escrita en su gran mayoría originariamente en catalán y también es una primicia que el Nacional de las Letras premie a un escritor en euskera. Los jurados de ambos galardones razonan de forma muy similar los motivos por los que han decidido los premios: en el caso de Margarit, porque su obra poética innovadora «ha enriquecido tanto la lengua española como la lengua catalana y representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal de gran maestría». En el caso de Atxaga, el jurado destaca su «contribución fundamental a la modernización y a la proyección de las lenguas vasca y castellana».

La trayectoria de Margarit, que concibe la poesía como un «consuelo», también está marcada por la política y, sobre todo, por la guerra civil, como se puede comprobar en su autobiografía de sus años jóvenes, Para tener casa hay que ganar la guerra. Margarit conoció a su abuelo en una checa y a su padre, soldado republicano, al salir de la cárcel de Santoña donde estuvo preso. Empezó en 1963 a escribir en castellano porque, como dice, «Franco le impuso el castellano a patadas», pero en 1980 pasó al catalán, aunque luego él mismo ha traducido toda su obra al castellano. Ambos premios deberían contribuir a templar los ánimos.