El Gobierno ha remitido a la Comisión Europea el Plan Presupuestario 2020. Unas previsiones doblemente prudentes. El ministerio de Nadia Calviño es consciente de que está en funciones y ha optado por establecer un cuadro macroeconómico «inercial», es decir, sin tomar medidas adicionales puesto que en este momento no tiene capacidad para hacerlo y no sabe qué mayoría parlamentaria las podría tomar. No hay, pues, medidas fiscales ni reformas legislativas. Solo deja claro que, aun en funciones, va a acometer una subida de las pensiones del 0,9% y de los salarios públicos del 2%. Con todo, una previsión de crecimiento de la economía del 2,1% en el 2019, y del 1,8 para el 2020, permitiría reducir el déficit hasta el 2% y seguir creando empleo, aunque a un ritmo más lento.

De ahí se deduce que se mantendrá e incluso se incrementará la demanda interna. Hasta aquí todo es ortodoxo y prudente. El Gobierno sigue las directrices de la Comisión, incluso reconoce un cierto enfriamiento de la economía. El punto más discutible de este cuadro macroeconómico es la previsión que hace de mantenimiento de la demanda exterior. Las perspectivas internacionales no van en esa dirección. Las guerras comerciales, el brexit y la hipotética recesión alemana marcan la dirección contraria. A no ser que se prevea un aumento súbito de la competitividad de las exportaciones españolas, ese punto del escenario es poco creíble. Como también lo es la mejora de la balanza exterior de pagos, con la previsible subida de los precios del petróleo y el impacto de la crisis de Thomas Cook. Son asuntos menores pero en los detalles siempre está la espoleta de las conmociones económicas. España necesita un Gobierno que no tenga que limitarse a describir la inercia sino que pueda tomar medidas.