Cuando aún no se ha cumplido mes y medio desde que los británicos decidieron tomar la puerta de salida de la UE, el Banco de Inglaterra ha tenido que actuar para intentar estimular una economía sobre la que se ciernen negros nubarrones. La máxima autoridad monetaria inglesa ha decidido, entre otras medidas, bajar el precio del dinero del 0,50% al 0,25%. Desde el brexit, todos los indicadores apuntan hacia una ralentización de la economía británica. La actividad del sector servicios, que representa el 80% del PIB del país, ha sufrido desde aquel 23 de junio su peor contracción en siete años, mientras que la industria ve congelados numerosos pedidos, la construcción se hunde y la libra esterlina se debilita. Ante el evidente deslizamiento hacia la recesión resulta plausible la celeridad con la que los gestores monetarios británicos adoptan las primeras medidas paliativas. Pero, en pleno imperio de la globalización económica y financiera, no estamos ante un problema particular de una economía. El FMI ya ha calculado en medio punto negativo el impacto en la eurozona. En España, el sector turístico nota un menor consumo de los turistas británicos que han visto cómo su monedero es menos competitivo. El brexit pasa a todos sus primeras facturas.