Todas las grandes tradiciones civilizatorias tienen sus libros de sabiduría. En ellos se compila todo un corpus narrativo que va desde una visión del mundo hasta principios normativos de conducta, pasando por un sinfín de usos, costumbres y experiencias que la civilización de que se trate ha desarrollado para enfrentar la vida. En la tradición hebreo-judáica ese libro es la Biblia y, más allá de creencias y posicionamientos religiosos, su lectura vale la pena. Además de uno de los libros de literatura erótico-amatoria más bellos jamás escritos, El Cantar de los Cantares, allí se encuentran muchas de las raíces de nuestra forma de ver y entender el mundo.

Con motivo de la nefasta pandemia que estamos viviendo, pensaba estos días en una de sus partes: el Libro de los Profetas. Y por extensión, en los famosos Profetas de Israel. Un buen amigo, Vicent Martínez Guzmán, fallecido en agosto del 2018, gran profesor de filosofía y creador del Máster por la Paz de la UJI, me comentaba frecuentemente la idea de que los profetas bíblicos no eran meros adivinos, futurólogos o nigromantes que con oscuras artes adelantaban lo que iba a ocurrir. ¡No! Muy al contrario, eran esforzados de ese futuro, trabajadores del porvenir, obreros del reino que estaba por llegar. No adivinaban el futuro, se comprometían para que adviniera. No eran pasivos adelantados de lo que ya estaba escrito, sino activos hacedores de lo que quedaba por llegar.

Y yo ligaba esta referencia bíblica con otra más actual que nos viene del mundo de la sociología y tiene su interés. El sociólogo americano Rober K. Merton habla de la profecía autocumplida y se refiere a que una predicción, una vez hecha, es en sí misma causa de que se haga realidad. En efecto, los sociólogos constatan y muchos psicólogos les dan la razón, que las personas no reaccionamos a cómo son las situaciones, sino a la manera como las percibimos; y sobre todo, al significado que les damos. Seguramente los profetas de Israel, de manera intuitiva y sin ser sociólogos, ya sabían mucho de las profecías que se autocumplen, por eso hacían lo que hacían y actuaban como actuaban. Hacer de agoreros de la historia, vaticinar sobre la pésima realidad, adivinar sobre el adónde vamos a ir a parar, es propiciar que la profecía se autocumpla, hacer que las cosas vayan mal, coadyuvar a que todo vaya cada día peor y a que nos dirijamos poco más que al estercolero de la historia. Los profetas del apocalipsis y el caos nos adelantan la llegada de los cuatro jinetes, el Armagedón, el fin de los días y no sé cuantas cosas más.

Vivimos una situación complicada, compleja y difícil a la que hace tiempo no nos enfrentábamos, pero no necesitamos historicistas cenizos, sino esforzados profetas de un mañana mejor. Con menos medios y menos conocimientos científicos, Europa, en la primera mitad del siglo pasado, superó la mal llamada gripe española y dos guerras mundiales. Y salió adelante. Toda crisis es una oportunidad y la que estamos viviendo, ojalá no hubiera llegado nunca, pero nos dejará experiencias, alternativas y posibilidades que habrá que explorar.

Los ODS están ahí, los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU son una profecía de futuro, la Biblia de nuestro tiempo, los evangelios de un porvenir que no está escrito pero que necesita profetas que lo hagan posible. Necesitamos esforzados profetas del presente que anuncien aventuras por venir, que aprendan de escenarios que han venido con la pandemia para quedarse: la perentoria necesidad de lo público, la inestimable contribución de la ciencia, la pluralidad de escenarios que abre la digitalización... Como dijo Antonio Machado: «Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana, ni el ayer, escrito».

*Presidente de la Diputación