Hay una tendencia general a elaborar una lista de objetivos cuando empieza el año, tomándose este inicio como una nueva oportunidad para hacer lo que quedó pendiente del anterior. Pero hay que ir con cuidado pues se calcula que el 90% de las personas que se proponen las metas fracasan, y de ellos la mitad renuncia en las primeras semanas.

La claridad que se tenga sobre lo que se quiera conseguir, determinará en gran medida el logro efectivo de los propósitos. En primer lugar se hace imprescindible anotar a la antigua usanza (lápiz y papel) los objetivos puesto que al escribirlos toman fuerza y compromiso. En segundo lugar: ser realistas. Es evidente que se debe saber que cosas están al alcance y cuáles no. En tercer lugar, no se puede confundir objetivo con deseo. Frecuentemente las ideas se quedan solo en deseos, sin llegar a ser propósitos reales porque no se ha hecho nada para conseguirlos. Fantasear con la consecución de una meta genera per se emociones positivas, pero si no hay disciplina y plan de acción se queda solo en una quimera, con la consecuente frustración posterior. Otro punto a tener en cuenta es el enunciado (siempre en positivo). El cerebro, debido al Sistema de Activación Reticular, enfoca solo en lo que se piensa de manera positiva. Por tanto, en lugar de pensar lo qué no queremos, es más útil pensar lo que se quiere. Así, el enunciado «No quiero ser perezoso», hay que cambiarlo por «Quiero ponerme en forma». Por último, hay que ser especifico, trabajando con metas concretas. Por ello, si el objetivo final es hacer ejercicio se debe cambiar la ambigüedad de «Quiero ir mas al gimnasio» por «Voy a ir 4 días a la semana». Conviene recordar que no existe la recompensa sin esfuerzo, pues el éxito depende del empuje y la persistencia.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)