Los expertos difieren en cuanto a la valoración de la ley del juego que fue impulsada en el 2011 por el Gobierno de Zapatero y que vio la luz con el Ejecutivo de Rajoy, con notables presiones de los lobis para asegurar, a través de autorizaciones administrativas (y no de los concursos de licencias inicialmente previstos), unos permisos ilimitados. La controvertida norma, favorable a las empresas en detrimento del ciudadano, según unos, debería ser más restrictiva en la acreditación de las primeras, lo que facilitaría un descenso de la oferta. Para otros, se trata de una legislación equilibrada y garantista.

Lo cierto es que, más allá de la polémica, contiene puntos negros pendientes de resolución. Por un lado, la implantación de un reglamento que regule la publicidad y que establezca límites claros en relación a la franja de horario en que se emite (para salvaguardar a los menores o durante retransmisiones deportivas) y para impedir que personajes famosos inciten al juego. Por otro --y este es uno de los problemas más acuciantes, visto el auge de las apuestas entre los jóvenes--, que se impida de forma contundente a los menores acceder a los locales de apuestas o a los videojuegos y aplicaciones adictivas que promueven la ludopatía. Y, finalmente, corregir el agujero legal que favorece las restricciones, en casinos on line o similares, a los jugadores que ganan continuadamente.

Es responsabilidad de la Administración establecer parámetros definidos y concretos para que el juego sea una actividad responsable y controlada.