El concepto de felicidad ya no viene referido solo al ámbito de la salud, sino que ha inundado todas las esferas. Las campañas publicitarias por ejemplo no solo se enfocan a la demanda del consumidor, sino que intenta asociar el producto que se ofrece a la sensación de ser feliz. Tanto es así, que en el 2012 la ONU instauró el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad.

Los gurús del movimiento positivo tienden a construir el mundo emocional magnificando el poder de la emoción positiva, otorgándole una desmesurada capacidad para el cambio, para la curación de enfermedades o para modificar el genoma humano. Ahí es nada. Y se adelantan a decir que si no lo consigues, probablemente es que no lo deseas lo suficiente. El colmo. Se da la paradoja de que pretender ser feliz a toda costa puede provocar infelicidad, ya que esa necesidad de una actitud positiva puede provocar culpabilidad ante un estado anímico decaído. Si una persona está deprimida y le forzamos a que piense en positivo lo único que obtendremos es que se deprima más, pues se sentirá culpable por no conseguirlo. Y es que un problema no es siempre una oportunidad, a veces, es solo eso, un problema. La felicidad no debe pasar por la negación de las emociones dolorosas. Tan nefasto es ver el vaso medio vacío como medio lleno. Es mejor ver medio vaso de agua para no pecar de ser demasiado pesimista u optimista. H

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)