El 39º congreso del PSOE se cerró el domingo con la sensación de que Pedro Sánchez ha acaparado todo el poder, pero que la unidad del partido está lejos de haberse conseguido. En primer lugar, el 30% de los delegados no votaron la nueva ejecutiva. Es verdad que, en relación con el resultado de las primarias, este porcentaje es 20 puntos superior al que obtuvo el nuevo secretario general, pero parece más bien que los sectores críticos optaron por hacerse a un lado y dejar hacer. Sin embargo, las ausencias clamorosas de algunas delegaciones, entre ellas la de Andalucía, en las votaciones de las ponencias no auguran nada bueno. La misma Susana Díaz se ausentó del discurso final de Sánchez con explicaciones poco convincentes. La nueva ejecutiva, como reconocen los nuevos dirigentes, no es de integración -solo Patxi López no pertenece al núcleo duro sanchista- y responde a la necesidad de evitar un nuevo motín como el de octubre pasado, pero Sánchez podía haber sido algo más generoso sin romper la cohesión. Las reticencias de los barones al reconocimiento del Estado plurinacional auguran asimismo problemas, aunque en este tema el PSOE ha dado un paso positivo para abordar el conflicto de Cataluña y se opondrá además a una eventual suspensión de la autonomía. Pese a las discrepancias, Pedro Sánchez tiene derecho a gobernar el partido sin trabas por parte de los críticos y a apostar por la política que defiende, pero tampoco se trata de llegar al extremo que pretende en la Comunitat Valenciana, donde Ferraz impulsa al alcalde de Burjassot, Rafael García, para disputarle la secretaría general del PSPV a Ximo Puig. Un gesto que no ayuda a consolidar el esfuerzo del president al frente de la Generalitat.