Mientras el Parlamento catalán está cerrado hasta octubre por discrepancias entre las dos principales fuerzas independentistas, la política catalana sigue viviendo de los gestos. Se trasladaron ayer a Bruselas y a Waterloo para recibir al expresident Puigdemont, que volvía a Bélgica tras cuatro meses en Alemania. El president Torra y varios consellers acudieron a homenajear a Puigdemont, aunque la baja representación de ERC --solo el conseller Chakir El Homrani-- no pudo hacer olvidar la pugna que mantiene el independentismo ante la OPA lanzada por Puigdemont a los republicanos con la creación del organismo pretendidamente unitario Crida Nacional per la República, al que el histórico partido de Macià y Companys se niega a adherirse.

Puigdemont, protagonista absoluto de los actos, fue el encargado --y no Torra, asumiendo su papel secundario-- de emplazar a Pedro Sánchez advirtiéndole de que se acaba el «periodo de gracia» para que presente una receta para Cataluña. Sánchez ha reconocido que el de Cataluña es un conflicto político, que debe ser abordado no solo con la ley, pero, con sus proclamas irredentistas, ni Puigdemont ni Torra son capaces de reconocer que el diálogo no puede dirigirse hacia caminos que el presidente del Gobierno no puede transitar, como la liberación de los presos, que corresponde a los jueces, el derecho de autodeterminación, que el ordenamiento jurídico internacional no reconoce para Cataluña, o la violación de las leyes.