Calificar a Vladimir Putin de zar cuando el zarismo desapareció hace cien años es, sin duda, una licencia periodística. Sin embargo, la impresionante puesta en escena de su jura como presidente por cuarta vez en los salones del Kremlin, indican que el zarismo en sus aspectos suntuarios no ha muerto. En realidad, estos son parte de la retórica nacionalista y milenarista que el presidente utiliza en su relación con los rusos. Nada nuevo pues en la teatralidad y en el discurso sobre el renacer que se atribuye Putin del ave fénix. Lo realmente nuevo en sus palabras es el mensaje de que la situación económica no es buena y que vendrán curvas con la aplicación de unas reformas destinadas a evitar el estancamiento, reformas que podrán ser muy impopulares en los sectores más desvalidos de la sociedad.

El pacto tácito entre el putinismo y el electorado --que en las últimas elecciones le otorgó un gran resultado en votos-- según el cual la ciudadanía cedía al presidente derechos y el control económico a cambio de una Rusia nuevamente grande, puede romperse. Putin les ha dicho que el país ya vuelve a serlo. Ciertamente, se ha convertido en el agente con el que hay que contar sí o sí en varias crisis, entre ellas, la lamentable guerra de Siria. Cumplida esta parte del pacto, habrá que ver cómo se aplican reformas que no serán indoloras. En cuanto a los derechos políticos quienes los reivindican, como los manifestantes que salieron a la calle ante la jura, saben que les espera la represión.