Querido lector/a, todas las personas tenemos alguna querencia. Me refiero a la acción de querer alguna cosa. A la inclinación hacia algo o algún sitio… etc. En mi caso (al igual que algunos de mis amigos la tienen hacia la barra del bar, que es la natural, según dicen ellos y que comparto plenamente), tiene que ver con Francia. Ese país que para los demócratas españoles simbolizó los valores republicanos.

Creo que la razón de mi querencia esta provocada por el hecho de que parte de mis familiares fueron inmigrantes en Francia. Después, supongo, porque viví en París. Además, aún conservo amigos en la patria de Astérix. Por eso, digo yo, esa realidad es la que ha provocado que, de forma natural, lo galo este presente en mi vida. Como ejemplo diré que cuando me sitúo ante los medios de comunicación, las noticias del país vecino las atiendo con el interés de lo propio. Y ahora, con las elecciones presidenciales, y sobre todo con el lío de la división del Partido Socialista Francés, busco las novedades como si las persiguiera.

Todo esto es tan cierto que, en alguna ocasión (no en todas), tengo cierta envidia de la actitud de los gabachos. Digo con ello, y solicito que se entienda bien, que los franceses, independientemente de su afiliación, manifiestan una clara vocación política.

Incluso, diría, que más que los españoles. Me refiero a que siguen con interés las noticias diarias, van a votar en las elecciones con un altísimo tanto por cien, viven las campañas electorales con auténtica pasión, introducen la política en la conversación cotidiana, siguen los debates con cifras de envidia… etc. O si prefieres, como dice el filósofo Michel Onfray y el periodista de Le Monde Gerard Courtois: están hartos de políticos, del «sistema» (la bipolarización), pero no de la política. Asisten al teatro de la política y del poder y ponen el cartel de todo vendido. O algo así.

*Experto en extranjería