Desde el inicio de la historia de la humanidad hemos tenido la necesidad de ir poniendo nombres a las cosas para hacerlas nuestras. Parece que hasta que no adjudicamos un nombre a algo, no existe.

Los conceptos como la belleza, la compasión o la justicia los tenemos definidos en nuestra cabeza y sabemos reconocerlos cuando se presentan. Al igual que estos nombres, hay realidades sociales que tienen su apelativo en nuestro lenguaje. Me refiero a las denominadas fobias de nuestra sociedad, como por ejemplo la homofobia o la xenofobia, comportamientos identificados por la mayoría de la ciudadanía. Necesitamos hacer visibles los problemas sociales para prevenirlos y poder trabajar para acabar con ellos.

Por ese motivo, es necesario buscar un nombre para una realidad social que debemos combatir desde el conocimiento de su existencia y sin señalar a los que la viven. Hablo del miedo a los que menos tienen, del rechazo a la pobreza.

La filósofa y catedrática de Ética en la Universitat de València, la valenciana Adela Cortina , llevaba reivindicando la necesidad de poner a esa fobia un nombre desde hace décadas. En diciembre de 2017 el término aporofobia se incluyó en el diccionario de la Real Academia Española, incluso se convirtió en la palabra del año. Sin duda y como Cortina insiste, la aporofobia es una palabra revolucionaria. Ya disponemos de un nombre para dirigirnos a ese rechazo a los pobres y así combatir esa desigualdad.

La aporofobia está demasiado arraigada en nuestra sociedad, aunque en ocasiones no seamos conscientes. El pasado sábado la portavoz del PP en el Ayuntamiento de Castelló, Begoña Carrasco , escribía un artículo muy desacertado y espero que sin ser realmente consciente de la carga ideológica que conlleva ese rechazo a las personas más necesitadas.

En concreto hablaba del proyecto ya iniciado con el gobierno del Pacte del Grau, Jornals de Vila. Un programa de empleo clave para muchas personas en situación de vulnerabilidad social y económica. Se trata de un proyecto enfocado hacia la reinserción laboral de aquellos y aquellas que peor lo están pasando. El trabajo dignifica y da esperanza. Dar un empleo temporal en la administración a parados de larga duración y en riesgo de exclusión social no puede llamarse «caridad», como dice Carrasco.

Esta pandemia ha demostrado que la administración debe incidir en la integración e inclusión de aquellos en riesgo de exclusión. Ahora más que nunca necesitan Jornals de Vila. La mayoría de personas que acceden a estos puestos de trabajo son mujeres, las más afectadas por la pobreza, las que crían solas a los hijos e hijas en muchas ocasiones y las víctimas de violencia machista. En total, desde 2016, 534 personas en riesgo de pobreza han podido trabajar para el ayuntamiento de su ciudad y han aprendido una profesión que en muchas ocasiones les ha llevado a encontrar otro empleo.

En política nunca debemos perder la perspectiva ni la dimensión de la realidad. No podemos gobernar desde nuestros privilegios, es injusto y poco democrático. Podremos debatir la manera de gestionar el programa Jornals de Vila, lo que nunca pondrá en duda este Gobierno de Fadrell es el poder integrador y dignificador del trabajo. Ante la pobreza y la exclusión social, empleo para la ciudadanía y humildad para los que gobernamos. H

*Portavoz del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Castelló