Naturalmente que, en este caso, el primer nombre que me envía el humo de los barcos desde el fondo del mar de la Almadraba, es alguien que formó parte del grupito de seres humanos, amantes de todas las músicas que, crearon para el entorno del Torreón, un Festival de Habaneras que sigue cumpliendo años de celebración, sin perder nunca la huella de Eduardo Calatayud. Estos días de agosto, he recordado mucho el sonido de su bandurria y su talante bonachón.

Gracias por todo, Eduardo.

Pero aparecen con dulzura entre nosotros los nombres de mujer.

Una chiquilla de Arenal, la primera: Cristina Purón García-Téllez. Sus padres, Eduardo y Aurora, bien saben lo querida que era Cristina entre todos los que formamos parte de la comunidad de Arenal, donde la vimos pasar con dulzura de bebé a niña y supimos de sus ilusiones para el futuro, incluso ahora cuando ha fallecido a los 33 años.

Una ilustre dama castellonense, Joaquina Algar Forcada, al fallecer ahora, nos ha devuelto su admiración por ella y el agradecimiento de los vecinos de Castellón al que fuera su esposo, Fernando Herrero Tejedor, Hijo Predilecto y Medalla de Oro de la Ciudad. Y, Luisa. Sus hijos, sus nietos, su esposo Manolo, todos los Melero, nunca podrían sorprenderse del final, pero fue para todos un golpe muy fuerte de dolor al darse cuenta, como todos, que la alegría, la inteligencia y su cantidad de cariño para repartir con generosidad que siempre mostraba Luisa, siempre nos hará preguntarnos unos a otros que ¿dónde estará Luisa Melero? Yo creo que ahora que no la vemos, pienso que todos la queremos más. La añoramos y estamos seguros de que cuando se acabe el verano y vayamos volviendo a casa unos y otros, seguiremos preguntándonos que ¿dónde estará Luisa Melero, su arte pictórico, pero, sobre todo, su talante de gran mujer?

Algo me empuja hoy hacia el hotel Voramar, donde se aparece de vez en cuando la magia de las novelas que allí se escribieron, el brillo espectacular de las películas que en su entorno se rodaron. Pero lo que hoy me hace olvidar la construcción de mis torres y castillos de arena, es el fallecimiento de María Electra Pallarés Tena, tan cordial siempre, tan asistente a todas las celebraciones artísticas, festivas o sociales últimamente. Electra es un nombre que nos llega inexorablemente del hotel Voramar. Veréis. Un hombre de la comarca de El Perelló taraconense, llamado Juan Pallarés Picón, llegó a estas playas en torno a 1910. Aquí se casó y el matrimonio tuvo cinco hijos. El mayor, Juan, heredó de su padre la capacidad emprendedora y al casarse con Electra Tena Escuder de Villafranca, crearon varias pequeñas empresas y comercios. Pero está documentado que fue Pallarés Picón quien recibió la autorización para construir «con carácter permanente», en 1930, una casa de baños, restaurante y café que, al incorporarse su hijo Juan al negocio, se amplió en el verano de 1931 ya como hotel Voramar. Los Pallarés Tena tuvieron dos hijos, Juan y María Electra, a la que se llamó en confianza como Mariele. Juan es quien llevó el negocio a tope, siempre conduciendo el timón del éxito y es cuando el Voramar se convirtió en un sustantivo universal. Mariele se casaría al llegar a la edad normal, con el abogado Manuel Breva Nebot, personaje en el mundo de los sindicatos, que ejerció como delegado provincial en Sevilla. Tuvieron cuatro hijos y ya son seis los nietos. Todo el mundo ha tenido ocasión de aportar algo de su amor al Hotel y, por consiguiente, a esta playa de Benicàssim.

Novelistas, periodistas, guionistas y directores de cine, algunos intérpretes de todo tipo y nacionalidad, allí han vivido y trabajado. En la posguerra española, después de intenso y amplio protagonismo de Las Brigadas Internacionales, el hotel Voramar se convirtió en residencia protectora de Auxilio Social y de la Sección Femenina.

Todo lo ha visto y todo lo ha vivido María Electra, Mariele, y seguramente, ahora, estará contándolo en otra de las vidas a las que ha tenido acceso desde el día 10 de junio, a los 82 años de edad.